Crónica: El Camino de Santiago en Galicia desde O Cebreiro a Santiago en 7 días
El Camino de Santiago: O Cebreiro-Sarria-Santiago en siete etapas (preparativos del viaje)
La Voz cubre a pie la ruta jacobea, que en el 2017 batió récords con 301.000 peregrinos
Texto: E.V.Pita
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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/04/02/camino-santiago-siete-etapas-reto-2021/00031522668459948437156.htm
Dos periodistas de La Voz cubren a pie el Camino Francés que cruza Galicia para realizar una radiografía del estado y conservación del trazado: solo faltan tres años para el próximo año santo 2021
La Voz se planteó el reto de coger la mochila y salir a andar tras la flecha amarilla para desentrañar las claves de este éxito global que es el Camino de Santiago. Dos periodistas han realizado una serie de reportajes en la que, como peregrinos, relatan su experiencia diaria a lo largo del Camino Francés que cruza Galicia.
El objetivo de este viaje a pie era comprobar la situación real del Camino, porque solo faltan tres años para el próximo año santo 2021. Todo tiene que estar listo cuando se abra de nuevo la Puerta Santa de la catedral de Santiago. La Administración gallega afronta el reto de brindar al romero un sendero cuidado e integrado en un paisaje que es patrimonio de la humanidad de la Unesco.
luvia, barro, ampollas... pero también un patrimonio cultural de prestigio internacional que atrae a romeros de todo el mundo. Prueba de ello es que en el 2017 se batió un nuevo récord con 301.036 peregrinos acreditados en las oficinas de Santiago que otorgan la compostela, el certificado que acredita haber cubierto esta ruta milenaria religiosa. Fueron 25.000 más que en el 2016, año histórico por la afluencia masiva de caminantes, y 30.000 más que el año santo 2010. El Camino de Santiago ejerce tirón entre los extranjeros, que ya han pasado a ser el 56 % de todos los peregrinos. De Italia vinieron 27.073, de Alemania 23.227 y de Estados Unidos otros 17.522. También recorrieron la ruta jacobea ciudadanos de Portugal, Francia, Irlanda, Reino Unido o Brasil, entre 168 nacionalidades distintas. El Camino es ya una aldea global.
Récord histórico de peregrinos
Ni siquiera la dureza del invierno ha frenado esta avalancha. El pasado febrero llegaron a Santiago 2.181 caminantes y a primeros del marzo, 250 más por día. Todo apunta a que el torrente de fieles continuará en Semana Santa. Por ello, La Voz se ha planteado el reto de coger la mochila y salir a andar tras la flecha amarilla para desentrañar las claves de este éxito global. El periódico inicia hoy una serie de ocho reportajes en la que dos peregrinos relatarán su experiencia diaria a pie a lo largo del tramo del Camino Francés que cruza Galicia, el mismo por el que pasaron 176.075 devotos el año pasado. La salida arranca desde Vilafranca de O Cebreiro y la llegada está prevista una semana después a Santiago de Compostela. El objetivo de este viaje a pie es comprobar la situación real del Camino, porque solo faltan tres años para el próximo año santo 2021. Todo tiene que estar listo cuando se abra de nuevo la Puerta Santa de la catedral de Santiago y, quizás, se vuelvan a batir récords de afluencia. La Administración gallega afronta el reto de brindar al romero un sendero cuidado e integrado en un paisaje que es patrimonio de la humanidad de la Unesco.
El Camino Francés es el más popular y su trazado se remonta a la Edad Media, siguiendo viejas calzadas romanas. En él florecieron los intercambios culturales con Europa. Miles de peregrinos les dan vida a las aldeas y viejas corredoiras que integran el drama de la España vacía. Es una arteria que vuelve a bombear. La serie sobre el Reto 2021 apuesta por un diario personal y narra los pasos a lo largo de las siete etapas por tierras gallegas. A la vez, realiza un chequeo de los tramos jacobeos para darle tiempo a la Administración a mejorar aquellos parajes que, a día de hoy, están descuidados o abandonados.
Serán 157,5 kilómetros a recorrer en siete etapas, una semana de camino, a una media de 22 por jornada. Los periodistas de La Voz se convertirán también en romeros que irán a pie a la vez que hacen una radiografía del estado y conservación del camino, del servicio de los albergues y restaurantes, e incluso de los precios y calidad de los menús. Se harán eco de las mejores historias de los peregrinos que aprovechan el inicio de la primavera y las vacaciones de Semana Santa para lanzarse a andar, cabalgar o correr en bici.
El relato hablará de lo bueno y lo malo del camino, desde ataques de perros sueltos hasta tramos obstruidos por barrizales, señales tramposas para desviar a los caminantes hacia bares, caída de árboles o muros sobre las pistas, o puntos negros que generan extravíos. La ruta jacobea está protegida por leyes del Gobierno gallego desde 1996 para blindar los tramos. El texto que establecía las bases para blindar el entorno de este sendero peatonal con mil años de historia fue refundido en una ley del 2016 más amplia sobre el patrimonio cultural de Galicia. Dicha legislación exige que el ancho de la vía peatonal sea de tres metros, que no crezcan en sus márgenes especies foráneas como el eucalipto, y que no se talen las autóctonas. Tampoco se tolera el tránsito de coches, motos o quads ni canteras o factorías en el entorno. Otro reto es armonizar el entorno arquitectónico y etnográfico, lo que incluye la reconstrucción de aldeas con casas de piedra y la erradicación de las uralitas y el feísmo.
La primera etapa gallega arranca en Vilafranca de O Cebreiro, en Os Ancares, a 1.330 metros de altura. Quienes llegan desde O Bierzo, en León, deben subir por un tramo rompepiernas para alcanzar este pueblo famoso por las pallozas prerrománicas. Asentado en una loma, como una fortaleza, se divisan los valles de León de un lado y los pueblos de Os Ancares desde otro. Al fondo, los picos nevados de Tres Bispos. La iglesia románica de O Cebreiro custodia un cáliz que algunos identifican con el Santo Grial. Tras subir varios altos más y divisar los paisajes de Os Ancares y O Courel, hay descenso hasta los prados de Triacastela. Se llega por una ancestral corredoira flanqueada por árboles de cuento. La segunda etapa, hasta Sarria, da la opción de atajar o desviarse al venerable monasterio de Samos, encajado en un cráter y con un entorno forestal bien cuidado. El destino final de la jornada es Sarria, un pueblo que crece. La tercera jornada exige subir el monte hasta alcanzar Portomarín, con sus calles empedradas con cuestas. La iglesia fortaleza fue movida de sitio antes de inundar el pueblo. El cuarto día de viaje termina en Palas de Rei, que tiene un albergue de estilo japonés. La quinta jornada continúa el descenso, con su paso por Melide, hasta Arzúa. Al día siguiente, la meta es Pedrouzo y, al séptimo, desde el Monte do Gozo, se divisan las torres de la catedral de Santiago.
Claves para hacer bien la ruta
Botas de montaña, poncho, tiritas, menú del peregrino, madrugón y, algo que siempre ayuda, el bordón y la vieira.
Primera lección: los peregrinos no se saludan con un «hola», sino con un «buen camino». Es la frase mágica para darse ánimos los unos a los otros y que por sí misma ya lo resume todo. Segunda lección: siga la flecha amarilla. Y por último: el Camino de Santiago enaltece el espíritu y castiga los pies. Por ello, es obligatorio cuidar los talones machacados por marchas de 20 kilómetros al día de media. La solución son unas tiritas especiales que se adaptan a la piel y absorben las ampollas. Mano de santo. También es recomendable usar botas de montaña de Gore-Tex, porque soportan bien los tramos de tierra y son impermeables, y es que hay algunos tramos enlodados. Las corredoiras se inundan con charcos y el poncho y las katiuskas se vuelven aliados.Otra norma que todo caminante debe asumir: hay que madrugar con las primeras luces. Nada de pegarse al saco de dormir. Ya se desayunará cuando se pueda. Hay que salir y caminar sin parar, sin importar la lluvia. La razón es que los albergues públicos otorgan plaza por riguroso orden de llegada y tras sellar el pasaporte del peregrino, la compostela. Por ello, muchos peregrinos quieren llegar cuanto antes y coger cama gratuita o a precios simbólicos. En el verano, cuando hay aglomeraciones, la ruta jacobea se convierte en un competitivo trail campo a través para ser el primero y también para evitar el excesivo calor del mediodía. En los alojamientos privados, se puede reservar por teléfono, lo que da la tranquilidad de tener una litera y ducha caliente segura al llegar. Respecto a la comida, la mejor opción es apuntarse al menú del peregrino, que incluye un plato caliente, un segundo, postre y bebida a un precio razonable. Posiblemente, cueste lo mismo que otro de carta, pero lo importante es que es la excusa perfecta para charlar con otros peregrinos y comentar las experiencias y conocer sus historias. Son esos caminantes que te has cruzado por varios tramos del camino y cuyas caras te suenan familiares.
La cena es el momento de oír sus historias. Muchos vienen de muy lejos. Chapurrear inglés ayuda a hacer amistades. Respecto al tradicional bordón del peregrino, ahora la mayoría van en chándal y apoyados en dos bastones de alpinista para apurar la marcha. Los palos ahorran sudor y las cuestas parecen planas.La compostela es imprescindible. La carta la expiden las parroquias, las asociaciones de amigos del Camino o los albergues. Hay que poner el sello en cada etapa para probar que se han recorrido más de 100 kilómetros a pie, distancia que se cubre desde Sarria. Al llegar a Santiago, la Oficina del Peregrino entrega el certificado que acredita el fin del viaje espiritual. Otro consejo importante es aligerar la mochila y salir con poco peso. Pasados 20 kilómetros, parece que es un saco lleno de piedras. Es conveniente llevar saco de dormir y ropa de abrigo. Vestirse por capas de cebolla es un buen truco para usar prendas ligeras. Tampoco puede faltar una botella de agua para evitar la deshidratación en la montaña. Se nota cuando no tienes saliva ni para masticar un sándwich. Procede beber pequeños tragos a lo largo de la caminata, se tenga sed o no. Frutos secos, plátanos o barritas energéticas ayudan.
Claves
CUIDADO DE LOS PIES. La ampolla es el peor enemigo del peregrino. Unas nuevas tiritas las absorben y suponen un gran alivio. Conviene usar botas.
TRADICIÓN: EL BORDÓN Y LA VIEIRA. Los peregrinos más entusiastas llevan capa, sombrero, bordón y una vieira colgada al cuello. La vestimenta usual es el chándal.
LA «COMPOSTELA»Sellar el pasaporte del peregrino. En cada albergue público hay que presentar la carta sellada que prueba que se ha venido a pie.
ALBERGUES PÚBLICOS Y PRIVADOS. Cada etapa está jalonada de albergues. Los públicos dan cama según orden de llegada. A los privados se llama.
EL MENÚ DEL PEREGRINO, SINÓNIMO DE CONFRATERNIDAD. Fuera de carta, incluye un plato caliente, un segundo, postre y bebida. Muchos piden vino
.HORARIOS: HAY QUE SALIR AL ALBA. La rutina del peregrino es sencilla: acostarse pronto y levantarse temprano, con la luz del alba.
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DÍA 1
Camino de Santiago: etapa de O Cebreiro a Triacastela
«Nadie vendería su casa ni por un millón»
La hospedería de O Cebreiro tiene completas sus camas para los meses de mayo y junio
Texto: E. V. PITA
O Cebreiro
Publicado en La Voz de Galicia el día 25/03/2018
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Una gran nevada obligó ayer a cerrar negocios en O Cebreiro, retrasar entierros, hubo problemas de tráfico en toda la montaña de Lugo, los quitanieves abrieron paso a los veterinarios y en Rubiáns, en Pedrafita, rescataron a dos hermanos y a un niño pequeño en un coche bloqueado.Un bus de línea de Santiago a Barcelona se detiene ante la gasolinera de Pedrafita (1.088 habitantes), con 40 centímetros de nieve. Descartado subir a pie los cuatro kilómetros en un desnivel de 180 metros hasta la aldea de O Cebreiro, punto de partida del Camino Francés en Os Ancares de Galicia. En el bar La Ruta, dos peregrinos italianos piden un café para entrar en calor. Pegado a la ventana hay un cartel con el número de teléfono del taxi. «Teño o coche aparcado fóra polo da neve, pero xa vou», dice el chófer. A los pocos minutos aparece y se suben dos peregrinas de Vigo que acuerdan compartir taxi por diez euros con otro pasajero. «Hacía años que no veía esto», dice una de las viajeras, que retornó de Suiza. El taxista Fermín advierte: «O Camiño está pechado, con neve nunca sabes onde vas meter o pé, podes caer nun burato. Inda peor se chove e hai xeo. É mellor ir pola estrada».
Un manto blanco cubre los tejados de paja y pizarra de la aldea prerromana de O Cebreiro y su hórreo. Hay placas de hielo resbaladizas. Parece un pueblo de cuento de hadas, o de Invernalia en Juego de Tronos, con témpanos colgando sobre las ventanas de sus casas circulares. «Está de postal», dice con alborozo una recién llegada, que se saca un selfi ante el valle de Valcarce. Duelen las manos del frío.En el santuario románico del siglo IX de O Cebreiro, el párroco ofició la última misa y vende por dos euros la credencial para acreditar la ruta jacobea. En una estancia destaca una gran pila bautismal y, al fondo, un copón metálico que, según dicen, es el Santo Grial, la leyenda artúrica sobre la copa de la que bebió Cristo en la última cena.
La encargada de sellar, Marta Castro, cuenta que «hace unos días vi a unos coreanos salir del albergue con chanclas y caminando sobre la nieve. Decían que sentían frescor en sus pies cocidos». «Los coreanos salen a caminar entre la nieve en chanclas», cuentan en el santuario Fuera se oyen risas y una chica americana se lanza entusiasmada sobre un plástico a modo de trineo por la nieve en un pueblo vacío. El bullicio está en la taberna de la posada de la hospedería de San Giraldo de Aurillac al calor de la chimenea de leña. Los americanos entran a cenar a las 19.30 horas. Una pareja alemana come sentada al calor de la lareira y brinda con vino. El menú del peregrino cuesta 10 euros e incluye caldo y sopa, filetes o huevos y el queso con membrillo. Los extranjeros eligen casi todos macarrones con «tomato y fromage». Un telediario nacional muestra imágenes de O Cebreiro nevado y las encargadas de la posada se reconocen en la tele.
A lo largo de la tarde, la hospedería recibe llamadas de clientes que quieren reservar pero mayo ya está ocupado, junio también y algo del verano. El hostal se ha modernizado y tiene las reservas informatizadas. «Hai tanto negocio que faltan camas, pero na aldea xa non se pode construír e ningunha das tres familias vendería a súa casa nin por un millón de euros. Unha escritora vendeu a súa casa de Londres para vir aquí pero non atopou nada porque ninguén deixa o fogar dos seus pais e avós».
Transporte de mochilas
Le llaman El Rubio y es el taxista más solicitado de O Cebreiro. El transporte del equipaje en taxi se ha convertido en la clave para hacer un «buen camino». El plan es que un chófer traslade la mochila hasta el bar O Peregrino, en Triacastela.
El propio establecimiento ofrecía este servicio pero renunció ante la competencia de los propios taxistas, que aprovechan sus viajes para llevar carga, y de una web llamada Xacotrans. El peregrino debe rellenar un sobre con sus datos, pagar 5 euros y al llegar a su destino, por la tarde, recoge el equipaje. Para la marcha solo lleva una bolsa con la comida. «O Camiño dá moita vida a esta zona»
José do Seixo, panadero de O Cebreiro
El panadero José do Seixo es de los madrugadores y llega con su furgoneta de reparto a las 9.00 horas a la posada de la hospedería de San Giraldo, donde desayunan los peregrinos un café con tostadas de bolla antes de iniciar una nueva jornada. José tiene una panadería familiar a cuatro kilómetros de O Cebreiro y, pese a la nieve, nunca falta a su reparto de bollas de pan que mete en una bolsa. Un día normal consiste en hacer repartos por la zona incluso con mal tiempo. «Hai días complicados. Cando hai neve tes que adaptarte ao que hai. Uns días son máis complicados que outros», dice.El repartidor no está de acuerdo con que la vida en estas montañas esté tan congelada como parece. «Isto é o Camiño de Santiago, que é o que máis vida dá a esta zona. Neste tempo hai menos xente, pero agora cando empece a moverse isto xa será outra cousa», dice.El profesional cree que la peregrinación cada vez va a más. «Cada ano vai medrando a xente do camiño, dende hai uns anos atrás veñen máis camiñantes», dice antes de continuar su reparto.
Paisajes nevados de postal arruinados por el abandono estético en las aldeas
Los vecinos lamentan la burocracia para rehabilitar sus casas y piden arreglar iglesias
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Marta Castro sella la credencial en el santuario de O Cebreiro y advierte de que hay que poner dos al día. Opina que el Camino Francés está perdiendo tránsito de peregrinos por Os Ancares: «El año pasado vinieron 150.000 aquí, pero creo que cada vez hay menos, porque ahora muchos pasan por el Camino Portugués». Los romeros inician su marcha por la carretera. «Ayer me hundí un metro en la nieve al buscar el albergue de la Xunta», cuenta una peregrina de Vigo. Otro que llegó desde Valcarce cuenta en el desayuno: «La Guardia Civil me desvió hacia la carretera». Hay menos de un grado de temperatura. La máquina quitanieves ya ha despejado la vía hacia el alto de San Roque. En la aldea de Liñares, pasado un taller y unas casas con portalones metálicos, es imposible alcanzar la iglesia porque está cubierta por un metro de manto blanco. Solo los perros son capaces de cruzar porque su huella es menos profunda. Un vecino que pasea con su mastín avisa: «Non hai maneira de pasar». Al intentarlo, entra agua en las botas.
Etapa 1 - De O Cebreiro a Triacastela
En San Roque se divisa ya parte de las montañas de O Courel, cuya silueta recuerda a un cráter volcánico. La ruta sigue por carretera hasta Hospital. En un cruce ladran unos perros sueltos, pero parecen mansos. Una vecina alerta desde una ventana de que el paso hasta la iglesia está bloqueado por la nieve. Pero se puede llegar. Los témpanos de hielo gotean por los arcos de piedra y la puerta está cerrada a cal y canto. Hay que salir de la pista y volver a la carretera hasta el Alto do Poio. Las máquinas excavadoras trabajan a contrarreloj para despejar la pista que conduce a unas antenas. Abajo, se divisa la aldea de Padornelo, cruzada por postes de telefonía y una torreta eléctrica. La posadera del mesón Albergue del Puerto, donde toman un café varios caminantes, llama a su manso mastín Tobi, que dormita sobre la nieve. «No Padornelo só quedan dous veciños, aquí está todo abandonado», dice. Señala hacia un acantilado desde el que se ven increíbles vistas de las montañas de Os Ancares. Al cruzar al otro lado de la carretera, se ven las de O Courel. La mesonera considera que «cada vez vienen menos peregrinos porque muchos salen desde Sarria».
La siguiente parada es en Fonfría, en paralelo a las torretas de la luz. Algunas casas están restauradas, lo que contrasta con las paredes de bloques de finca de las naves y algunas pintadas de marrón claro. La iglesia románica ofrece una bonita estampa con vistas de postal entre montañas nevadas, pero a su lado destaca el esqueleto de hormigón de una obra parada. Un perro ladra al desprenderse la nieve de un tejado, justo antes de pasar un quad. El dueño del albergue A Reboleira, Miguel Ángel Rodríguez, lleva en el regazo a su hijo Martín y cuenta que en la aldea viven diez familias. Explica que él acaba de restaurar su casa. «Aquí todas son de pedra, pero moitas píntadas pola humidade», afirma. Dice que el problema es el laberinto burocrático para rehabilitar una vivienda rural: «Os papeis tardan un ano e medio e despois necesitas os permisos do arquitecto. A min dixéronme que as ventás non valían porque eran marróns e teñen que ser de aluminio verdes, azuis ou brancas, ou de madeira, pero aquí a madeira non aguanta este clima». Insiste en que el color marrón no tiene nada de malo.
Los arquitectos también le vetaron una puerta que da al vacío: «É que alí penso poñer unha tenda para os peregrinos» dice, y lamenta que muchas iglesias del Camino estén cerradas. La de Fonfría solo se abre a grupos que llevan un sacerdote para oficiar la misa. Antes de llegar a Biduedo, ya se puede pisar sobre la nieve y seguir el camino original. Una camarera del mesón Betularia cuenta que su familia restauró una casa rural sin subvenciones ante las «pegas» que ponía la Administración para rehabilitar. «Hay un muro caído que nadie arregla ni tampoco la iglesia más pequeña del camino. Las goteras arruinan el altar y nadie hace nada», afirma. Al llegar, por un ventanuco se ve una viga de obra clavada para proteger el altar.
Primera etapa: O Cebreiro-Triacastela, como un cuento de hadas
Comienza el descenso a Triacastela, ya por el camino original. En el valle, se divisa una gran cantera, cerca de las cuevas de Eirós. Entonces, saltan a la vista varios ejemplos de feísmo. En vez de colocar vallas de madera, los ganaderos protegen sus prados con biondas y guardarraíles de las carreteras, quizás comprados en la chatarra. La gente escribe sobre ellos: «Buen Camino». Al fondo se ven las montañas nevadas del Oribio y los prados de Triacastela, pero las cercas de alambre de espino afean las viejas corredoiras. En Pasantes, hay un merendero de piedra con bancos rotos y un basurero. Cerca, un obradoiro arregló un vallado de piedra. La ruta acaba con los pies cansados al pasar por el centenario castiñeiro de Ramil, en un entorno cuidado. En Triacastela, a las seis no hay misa del peregrino, pese al cartel de la puerta.
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DÍA 2
El Camino de Santiago: etapa de Triacastela a Sarria (por Samos)
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Un trayecto de cuento de Triacastela a Samos dañado por los incendios
Vecinos del Camino reclaman la instalación de baños portátiles para los peregrinos
En el comedor del Complexo Xacobeo de Triacastela, entra un grupo de colegiales y su profesor de Madrid. Tras bendecir la mesa, el tutor propone una votación: «Hoy hemos andado 40 kilómetros, estoy muerto, ¿quién quiere hacer 35 mañana?». Nadie levanta la mano. El cielo estrellado en las solitarias calles de Triacastela anuncia buen tiempo. La calefacción en el albergue de la Xunta permite dormir en las literas sin mantas. De fondo, se oye el rumor del río Oribio. Los campos amanecen helados. En la iglesia sellan la credencial. Pasan pocos peregrinos estos días. Hay humedad en las paredes pero «non hai axudas». En el bar O Peregrino, el taxista El Rubio lleva mochilas a Sarria.
Etapa 2 - De Triacastela a Sarria
A la salida de Triacastela hay dos mojones con flechas amarillas que señalan direcciones opuestas, una a San Xil, el tramo original de 12 kilómetros, y otra al desvío por Samos, a 19. Merece la pena visitar el monasterio. Para visitar a los benedictinos hay que seguir paralelo el río Oribio y un cañón cortado de piedra.
El estrecho sendero pegado a la carretera conduce a la aldea de San Cristovo do Real, cruzada por un río. Son casas grandes de piedra, algunas pintadas de blanco y con ventanas azules. Viven 16 vecinos, ocho jubilados. La iglesia fue restaurada. Pero hay abandono. Un vecino explica que «a agricultura afundiuse e este pobo é moi bonito pero está abandonado, coma toda Galicia». Quiso restaurar su casa de piedra pero «a Xunta quería que a pintase de branco. Nin me deixaron poñer un porche. Así o pobo ten que caer». Se acerca un anciano: «Hai unha pita morta no poleiro e outras dúas fuxiron polo raposo». Pero les preocupa más el incendio de un centenario castiñeiro: «Pasabas por un túnel vexetal e agora é cinza. Dá pena». Lo que era una bucólica corredoira es un triste páramo calcinado.
La ruta sigue hacia Lastres. En la bajada, un peregrino resbala en la calzada helada y, al poco, se estrella un ciclista francés que lleva puestos unos altavoces con música de Edith Piaf. En esa aldea viven dos vecinos. José Ramón Mendoza pone señales en la pista: «Precaución, gallinas sueltas» o «Prohibido defecar». Lo justifica así: «Os motoristas e os dos quad pasan a toda mecha e xa me mataron unha pita. E hoxe pola mañá abrín a porta da casa e vin excrementos dun peregrino. Os alcaldes do Camiño deberían poñer retretes portátiles».
Un viaje de cuento entre castiñeiros centenarios
La ruta a Samos sigue por corredoiras, con algún derrumbe de muros. Los forasteros ven encanto en la ruina cubierta de musgo, hasta el hormigón del feísmo envejece dignamente y se cubre de tonalidades amarillas y rojas, hasta que la hiedra los come. El segundo tramo a Sarria está enlamado y descuidado o va por pistas asfaltadas. La entrada a la villa es una bajada entre arboleda y pegada a la general. Sorprende los verdes prados y cerezos en flor. En la villa hay gran competencia de albergues porque, hasta hace poco, fue el kilómetro 100 y punto de partida mínimo hacia la tumba del apóstol. Los anuncios de hospedaje ofrecen camas por 8 euros al caminante.
LO MEJOR 1. Paisajes bucólicos. El tramo entre San Cristovo do Real y Lastres transcurre por una vieja corredoira con vistas a verdes prados, un río, cercas de piedra y montañas nevadas. 2. Flechas en las rocas. La ruta está señalizada en árboles, losas y muros cubiertos de musgo. 3. Entorno de Samos. Al monumental edificio, se suma la bella área recreativa de Teiguín.
LO PEOR 1. Salida de Triacastela por arcén. La carretera va pegada al río y a un barranco, sin apenas sendero. 2. Desvío al albergue Forte de Lusío. Rehabilitado por la Xunta en San Cristovo do Real, el acceso a 400 metros está cortado por árboles caídos. 3. Nuevo kilometraje. La nueva medición hace obsoletos los 19 kilómetros desde Triacastela a Sarria por Samos. La distancia real es de 23.
Padre Cristóbal, monje de Samos: «Hay rutas sin mucho sentido histórico, parecen inventadas»
Los religiosos temen que las vías de la Plata, Norte o Portugués «roben» peregrinos al Francés
Texto: E. V. PITA
La Voz de Galicia 26/03/2018
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Para llegar al monasterio de Samos hay que atravesar una larga corredoira protegida por un muro de piedra. Hay que sortear charcos, lama y bosta de vaca. Algunos árboles son centenarios de retorcidas formas y las cercas de piedra en los prados, con montañas nevadas al fondo, aportan ese ambiente rústico de bosque encantado que tanto impresiona a los forasteros. La abadía benedictina está encajonada en la apertura de un valle. Por un prado cercano pasea David, un peregrino que llegó de Somport a Samos en noviembre y se quedó en una comunidad llamada Proyecto O Couso, «donde se mezcla espiritualidad, visión alternativa, se hacen meditaciones y hay comida vegana». Ya en Samos, impresiona el monasterio. El albergue está en la parte trasera, junto a la gasolinera y varios bares.
El padre Cristóbal, siempre atareado, se acerca unos minutos a hablar al albergue del monasterio de Samos. La última noche solo durmieron dos peregrinos. Le acompaña el hospitalero Carlos, un jubilado que quiso devolver lo que el Camino le dio. Ya estuvo en Santo Domingo de la Calzada. Su trabajo es voluntario y cada quince días rotan.El problema del enorme edificio es mantenerlo con pequeños donativos, pero la comunidad se autogestiona con su trabajo, el dinero de las visitas y se alimentan con la huerta o la granja. El albergue, decorado como un pergamino medieval, es gratuito pero acepta donativos.
-En los últimos años está llegando una avalancha de peregrinos..
. -Lo que pasa es que no solo vienen del Francés sino también del Portugués, del Norte o de la Plata
.-¿Se ha diversificado?
-Sí, realmente, el año pasado se batió el récord de peregrinos que llegaron a Santiago, pero antes venían todos por el Camino Francés y ahora vienen por el de la Plata y otros. Son rutas que históricamente no tienen mucho sentido, muchas parecen inventadas.
-¿Cómo funciona este albergue?
-Es quizás de los más antiguos que está abierto. Desde que se descubre la tumba del Apóstol siempre hubo constancia documental de que el monasterio acogió peregrinos. De hecho, muchos murieron y están enterrados aquí desde casi los principios que se descubrió la tumba.
-Viniendo desde O Cebreiro vimos muchas iglesias cerradas.
-Hay un programa que va a empezar estos días para que las iglesias del Camino permanezcan abiertas y, de hecho, la nuestra lo estará. Los obispados están de acuerdo en que abran varias horas. En Galicia, estos templos tienen retablos muy bonitos.
-En el monasterio también hay visitas guiadas.
-Sí, cada hora. Casi todos los peregrinos suelen visitar el monasterio. También hay retiros espirituales de una semana. La época del invierno es distinta, por aquí no pasa nadie. En verano, se llena.
-¿Y qué opina del peregrino de fin de semana o turístico?
-Con el Apóstol no hay que hacer trampa. Hay que hacer 100 kilómetros aunque hacer tramos cortos también vale. Por aquí pasan de Australia, Alaska o Corea, país del que viene mucha gente.
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DÍA 3
El Camino de Santiago: etapa de Sarria a Portomarín
El traslado del punto kilométrico 100 desde Sarria resucita una aldea
La caballería de la Guardia Civil patrulla los senderos por seguridad en Semana Santa
Texto: E.V.Pita
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La nueva medición del Camino de Santiago desbancó a Sarria como kilómetro 100 de la ruta francesa. Esta villa era el punto de partida mínimo que garantizaba la compostela. Ahora, el marco está resituado a 15 kilómetros, en una corredoira de la aldea de A Pena, en Paradela. Aun así, los peregrinos siguen llegando a Sarria en tren y en bus nocturno y florecen las tiendas de deportes y los masajes de pies. Si una cama valía 40 euros en O Cebreiro, aquí se pagan 10 por la presión de la competencia. La entrada original al Vigo de Sarria está desviada por unas obras que han desmontado un puente con base medieval. Pegatinas de protesta recalcan que la Unesco lo protege.
Algunos albergues privados de Sarria ya están en venta. La hospedera Elisa Ruiz y su hermano, tras la jubilación de sus padres, José Antonio Leña y Paloma, venden su alojamiento por 600.000 euros. Pensaron adaptarlo como residencia de mayores. Sopesan montar otro más pequeño en el Norte. «El Camino siempre crece, el tramo francés se ha demonizado por el turismo, pero es un reclamo, vienen con nieve. Queda algún aventurero, pero ahora buscan comodidad sin ampollas ni tendinitis», dice Ruiz. En un albergue privado, junto a la iglesia de campanario agudo, dos estudiantes erasmus de Milán, Camila y Elena, deshacen sus mochilas. Viajaron en tren desde Pamplona. «Traemos chubasqueros», dice Camila. Ve la predicción del temporal en el móvil. Escribió una tesina sobre el Camino: «Estudié el fenómeno de The Way», el filme de Emilio Estévez. A su amiga Elena le preocupa que el botafumeiro no funcione. Lo leyó en un blog.
Amanece nuboso. El frío corta los labios. En esta tercera etapa, los grupos del WhatsApp están silenciados. Ni idea de lo que pasa en el mundo. En el bar La Escalinata, el taxista recoge mochilas. Su dueño sirve café y tostadas y explica su teoría cíclica: «Neste ano e no 2019 haberá unha baixada de xente, pero subirá no 2020, no ano santo, e logo no 2022».
Reto 2021: De Sarria a Portomarín
Cerca de la torre un guardia civil saluda: «Buen Camino». Cerca, en un cruceiro y humilladero, paran unas universitarias del Francisco de Vitoria para rezar. Paulina Mendieta, de Ciudad de México, terminó en Valencia un máster en Ciencias de la Familia y el Matrimonio y explica su viaje espiritual: «El Camino está en mi lista de cosas que hacer antes de morir. Vengo a hallar respuestas, a forjar la voluntad». Un viejo con muletas y luego otro mendigan. El tramo a Barbadelo atraviesa el bucólico puente medieval de A Áspera, va paralelo a la vía del tren y una dura cuesta arranca por una corredoira flanqueada por castaños y losas con musgo.
En la loma, peregrinos en fila india avanzan por unos prados más cosmopolitas que Times Square: una anciana de Singapur, un padre y su hijo de Pekín, un estudiante coreano y la argentina Valeria, que hizo grupo con un alemán y una española. La neoyorquina Vanessa Illanes (su padre era de Oleiros) reúne a su grupo de peregrinos vip para una visita a la iglesia románica de Barbadelo. Un vecino avisa de que está abierta. En el 2010, Illanes fundó la agencia americana Andarspain de rutas jacobeas de lujo para anglosajones. Duermen en camas rústicas en pazos de amigos en Monterroso, Santa María en Arzúa y Andreade. Beben godellos y ribeiros, degustan pulpo en Melide y celebran la llegada a Santiago con una mariscada. «Han visto The Way, les recuerda a Inglaterra, les gusta visitar iglesias que llevan en pie seis siglos», dice. Ella misma reformó una casa del siglo XVII en Arzúa. Ahora le piden los Caminos Norte, Primitivo y Portugués. El guía es el catalán Álex Porras, que organiza safaris. Llega una furgoneta y sirven al grupo un piscolabis.
La ruta sigue hacia Ferreiros. Un joven peregrino inglés camina en sentido contrario: «Vuelvo a casa desde Santiago», dice.
De Sarria a Portomarín con vigilancia de la Guardia Civil
Al poco, pasa un escuadrón de caballería de la Guardia Civil. El cabo Carretero cabalga con otros cinco jinetes en sentido contrario «para dar mejor cobertura». El dispositivo de seguridad de vigilancia en el Camino en Semana Santa incluye motoristas, Seprona y vigilancia en cruces. Las infracciones penales en la ruta disminuyeron un 40 %, según el Gobierno. La aldea de Ferreiros es ahora el kilómetro 100,7. La regenta del bar, Berta Díaz, vende barritas energéticas y cuenta: «Ahora llegan buses cargados de grupos que ponen el sello aquí, porque es el punto mínimo. Son españoles con prisa, con una semana de vacaciones». Acaba de montar un albergue privado allí. El Camino sigue, entre regatos y lama, y los romeros se paran a fotografiar la aldea de Parrocha, con una casa ruinosa. «Los dueños viven en A Coruña, ni la venden ni la arreglan», dice una vecina. Cerca del puente de Portomarín, el temporal empapa a todos.
Etapa 3 - De Sarria a Portomarín
LO MEJOR 1. Canalizaciones de regatos. Los altillos de piedra ayudan a mantener la botas secas. 2. Aldea de Parrocha. Los peregrinos se paran a fotografiarla por su aspecto rústico. 3. Altares y cruces con piedras. Los peregrinos dejan mensajes en mojones y apilan pedruscos.
LO PEOR 1. Caminos embarrados. Sí, es un camino milenario, todo está derruido, pero el agua socava el firme. Hay lodo y charcos. 2. Pelegrín descolorido. En una fuente (km. 106) aún luce la mascota del Xacobeo 93. 3. Románico y autocaravana. Ante la iglesia de Ferreiros, hay una caravana, aperos y tendales.
Un negocio de comida picante para satisfacer a los coreanos
Un extrabajador de Vulcano superó el «tax lease» yéndose a O Cebreiro y abriendo una tienda
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Texto: E. V. PITA
PORTOMARÍN
Publicado en La Voz de Galicia el 27/03/2018
«Oye, que yo me quedo a vivir aquí», explicó por móvil el trabajador de una auxiliar del metal Guillermo Lamas, vecino de Chapela. Dicho y hecho. Unos años después, vende comida picante para coreanos en su tienda Peter Pank en Montrás, un guiño a la movida viguesa. Estampa su sello en las credenciales con un curioso personaje: un punki.Su tienda, en unas cuadras reformadas, atrae a los clientes por sus vieiras pintadas a mano y material de deporte como palos de senderismo, bordones, chubasqueros o mochilas. Los irlandeses compran ciertos productos, otros forasteros, otros. Sin embargo, Guillermo Lamas y su compañera, Olga Rodríguez, se dieron cuenta de que los coreanos miraban mucho pero no adquirían ningún suvenir. En lenguaje comercial, eran turistas de alpargata o de bocadillo.
Estos asiáticos son estudiantes sin dinero que sobreviven con la paga paterna, pero son los únicos que dan vida en invierno a Paradela porque en Corea del Sur hay vacaciones hasta febrero. Vienen por razones cristianas y porque sus universidades les dan créditos. Un día, a Lamas se le encendió la bombilla. A los coreanos les podía vender comida porque ellos se pirran por lo picante. Consultó varias webs y se fijó en la comida del país asiático para conocer sus gustos. Compró por Internet fideos precalentados, purés y puso en la puerta anuncios con pictogramas coreanos, «aunque ellos andan con móviles que traducen». Y acertó: «Este invierno he vendido toda la estantería».
Ahora teme que en Sarria le copien la idea. La dependienta incluso sabe saludar en coreano y decir gracias.Pero ¿cómo acabó un trabajador del metal de la ría de Vigo en un remoto paraje de Paradela? Según cuenta, la crisis del tax lease, en el 2009, hundió a las subcontratas del astillero de Vulcano, al borde del concurso de acreedores. Se olió una quiebra y se marchó a cruzar en pleno diciembre O Cebreiro nevado. Al llegar al cruce de Liñares, se metió por una pista con nieve hasta la cintura. «Un taxista me previno y no le hice caso. Di vuelta a los cuatro kilómetros», cuenta. Al llegar a San Cristovo do Real, cruzó el puente y se enamoró de un molino. Fue cuando llamó a casa. Se afincó en Paradela, trabajó en una granja y conoció a una dependienta, Olga Rodríguez. «Su pueblo se vació, ella vendía un paquete de arroz al día, pero los peregrinos pasaban a millares por el Camino», relata. Al poco, compraron una cuadra y la rehabilitaron. Como gancho, colgaron el muñeco de una meiga en la ventana.
Los negocios proliferan en este tramo de Sarria a Portomarín y en algunas casas, «incluso ricas», ponen botellas de agua y fruta en la puerta para «pagar la voluntad a un euro» cuando pasan miles de romeros sedientos durante los meses de verano.Olga Rodríguez sirve un café y un pastel de almendra de una panadería de Paradela. Una americana lo ve y compra otro. Lamas lamenta la falta de visión empresarial: «El gallego es bueno en montar bares y hostales pero nadie ha puesto un bus directo desde el aeropuerto de Lavacolla a Sarria, deben ir a Lugo», dice.
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DÍA 4
El Camino de Santiago: etapa de Portomarín a Palas de Rei
Texto: E.V.Pita
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Los peregrinos desafían el mal tiempo echando de menos algún refugio
El aguacero no frenó a los caminantes, que se encontraron bares y albergues cerrados
Los últimos cinco kilómetros de bajada a Portomarín coincidieron con una borrasca. Ríos corriendo por caminos embarrados. Hasta las vallas de hormigón se cubren de moho. Cruzar el puente del embalse fue una lucha contra el aire. La única protección del peregrino es el poncho, porque nadie pone refugios en el camino. Unas mexicanas con ingenio resguardaron sus mochilas con bolsas negras de basura. Portomarín ahora está más cerca del kilómetro 100 y mucha gente llega al mediodía sin nada que hacer. Algunos proponen que haya buses a Lugo.
La entrada en Portomarín es espectacular. Los peregrinos, calados hasta los huesos, suben por una escalinata medieval reconstruida tras el embalse. En el albergue privado esperaba el autocar de un colegio con 57 alumnos bulliciosos de Salamanca que hacen su viaje fin de curso desde Sarria a Santiago a pie. Su tutora, Milagros Pierna, necesitó que las hermanas le cosieran una ampolla. Renunció a la silla de masajes del albergue. «Tengo tres piernas, pero solo me funcionan dos», bromea. Es su novena peregrinación, incluidos el Camino Inglés y el Portugués. «Subir la cuesta de Pontedeume es un rompepiernas, me reventó». A las 23.00 horas apagaron las luces del dormitorio de un albergue privado de Portomarín. Desde el saco de dormir se oye la ventisca.
A las 7.00 horas, las bombillas se encienden. Fuera, caen calderos de agua. Por la plaza de la iglesia-fortaleza, con un impresionante rosetón, solo caminan peregrinos cubiertos con ponchos. La camarera del único bar abierto mira por la ventana: «Admiro su fuerza de voluntad». Dice que el día anterior unos ingleses le pidieron que les preparase de desayuno huevos con beicon. Los asiáticos prefieren arroz.
Decenas de colegiales cruzan el puente en fila india hacia un desvío complementario por viejas corredoiras enlamadas. Un alemán y una argentina se detienen a leer los mensajes de ánimo colgados en una cruz de hormigón. Siguen por una carretera con granjas de pollos automatizadas. Plantaciones de pinos y, luego, de eucaliptos, que sustituyen a las especies autóctonas, a veces sin respetar los 30 metros de distancia al camino. En Toxibó (Portomarín), un incendio arrasó un pinar. Sobrevivieron los viejos castaños. El aguacero lanza gotas heladas contra la cara y rachas de 60 kilómetros por hora alzan los ponchos. El agua se cuela por las botas. En un bar cerrado en Gonzar, está aparcado el camión del escuadrón de caballería de la Guardia Civil. Jinetes y peregrinos se resguardan en un porche. Un agente comenta: «Hoy no salimos. Está todo encharcado». La ruta sigue por corredoiras con losas para sortear los regatos. La subida a Castromaior (Abadín) es dura por el granizo y el viento. En el alto se distinguen las cuatro murallas circulares del castro y los fosos. Un italiano mira asombrado: «Increíble». Al poco, un rayo vuelve azul el cielo.
Durante la ruta por viejas corredoiras con vallas de madera enmohecidas pasa un matrimonio mayor asiático. Hacen equilibrios para sortear la lama. Al poco aparece un joven surcoreano rapado con pinta de monje que lleva en la mano un monopatín. Cuenta que se llama Seulho Park, que tiene 29 años y que, cuando trabaja en compañías de exportación, reside usualmente en Los Ángeles, California, Estados Unidos. «Ahora estoy desempleado y voy a Fisterra: llegaré el 13 de abril», explica. Le gustan las montañas, la nieve y el vino. Le acompaña un compatriota que supo del Camino por Internet tras quedar intrigado con las flechas amarillas. Viajó desde Seúl a París para hacer la ruta jacobea. Se interesa por la comida gallega, el pulpo y el marisco. Más tarde, en Las Ventas de Narón, Seulho se sorprende de que el año santo sea en el 2021. El tramo restante a Palas de Rei es de bajada. La lluvia no impide admirar el cruceiro de Ligonde, en Monterroso. Una americana le saca una foto y sigue intrigada. Al poco, un bar ofrece abrazos gratis.
Etapa 4 - De Portomarín a Palas de Rei
LO MEJOR 1. Aldea de Ligonde (Monterroso). Su cruceiro enclavado ante un viejo castaño con bancos remite a lo ancestral. Los contenedores de basura de la aldea están cubiertos con cajones, algo elogiable, y la excepción. 2. Escalinata de Portomarín. Espectacular recibimiento, con portal de refugio y vistas al embalse. 3. Área recreativa de Os Chacotes (Palas de Rei). El albergue parece cerrado, pero el entorno de ocio es apacible.
LO PEOR 1. Plantación de eucaliptos. En Monterroso se ven talas de pinos y plantaciones de eucaliptos sin respetar los 30 metros de distancia. 2. El 1 % cultural. En algunas aldeas se ven carteles de inversión en rehabilitación, pero sin obras. 3. Bares y albergues cerrados. La ruta atraviesa auténticos pueblos fantasma sin un alma por la calle. Bares y albergues están cerrados al mediodía.
«Discutimos mucho, pero ahora andamos kilómetros calladas»
Kate Matthews y su madre. Sonia, dicen que hacer la ruta ha vuelto a unirlas
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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/03/27/discutimos-andamos-kilometros-calladas/00031522183239467206686.htm
Texto: E. V. PITA
Palas de Rei
Publicado en La Voz de Galicia el 28/03/2018
Entre una madre y su hija suele haber riñas. Una buena terapia para reconciliarse es superar juntas chaparrones y rachas de 60 kilómetros por hora caminando por senderos embarrados por el lugar más recóndito del mundo. Andar sin parar bajo un diluvio y en silencio las ayuda a rebuscar lo mejor de sí mismas. Esa es la historia de Kate Matthews, de 20 años, y su madre, Sonia. Discutieron, pero el Camino las unió. Ambas viven en la ciudad de Seattle, en el estado de Washington, sede de la cadena de cafeterías Starbucks, el gigante del comercio electrónico Amazon y la multinacional informática Microsoft, de Bill Gates. Sonia Matthews suelta una carcajada al mencionarle estas compañías, igual que si en China oyes el nombre del Dépor o el Celta. Hace medio año, Kate se trasladó a España para estudiar en la Universidad de Granada y mejorar su español. Pero hace unos meses, su madre se divorció. Sin dudarlo, la animó a volar desde Seattle para visitarla a Andalucía. En su reencuentro, planearon cumplir un sueño de Kate: hacer el Camino. «Hemos discutido y discutido, pero ahora estamos bien juntas», subraya.
Salieron de Sarria y, en el tramo de Portomarín a Palas de Rei, se enfrentaron juntas a ventiscas y lloviznas. Descansaron en Palas de Rei, en el albergue Zendoira, que sustituyó las literas por las cápsulas ideadas por el japonés Kisjo Kurokawa. Ya secas y sentadas en su litera con cortina, Kate narra la historia de ambas y cómo la ruta jacobea las unió. «Hace dos años estábamos en Seattle y queríamos hacer el Camino: siempre fue algo especial, un sitio en el que podíamos reflexionar y pensar sobre nuestras vidas. Recientemente, mis padres se divorciaron y para mi madre es muy importante redescubrirse a sí misma. Este viaje es mi oportunidad de ayudarla», cuenta.
«Para mí, es un momento de descansar de una vida apurada y recordar que debo ir con calma, tomarme las cosas despacio y disfrutar más de la vida», añade esta estudiante en Granada que solo lleva dos días en Galicia a pie. Le sorprende la forma de hablar en el norte, muy diferente a la de Andalucía, porque «en el sur no pronuncian las eses, dicen "adió"».
Sus dos días desde Sarria le permitieron disfrutar de los paisajes verdes. «La gente que hemos conocido es muy simpática, esta es la mejor parte del Camino», recalca. «Con mi madre camino en silencio kilómetros y kilómetros, porque ya nos conocemos», dice. Compara las literas de otros albergues y las camas japonesas. «Meterte en una caja es bueno porque tienes intimidad, pero, por otro lado, es más difícil saber quién duerme a tu lado. Pero por la noche me parece bien y es moderna», afirma. En el bar del Zendoira, unos paisanos comentan un programa de baile en la televisión. El dueño, Santiago Fernández, prevé muchos peregrinos para esta Semana Santa.
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DÍA 5
El Camino de Santiago: etapa de Palas de Rei a Arzúa
Jubilados voluntarios madrugan para abrir iglesias y sellar credenciales
Peregrinos «emigran» a las rutas del Norte para disfrutar de un entorno sin turistas
Texto: E. V. Pita
Publicado en La Voz de Galicia 29 de Marzo de 2018
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Noche tranquila en una cápsula japonesa en Palas de Rei. Cuatro días después de salir de O Cebreiro, ni un minuto perdido con las redes sociales. Si caminas no puedes cotillear en Facebook o Instagram. Algunas luces de móviles parpadean en las literas, pero a las 7.00 horas salen los primeros mochileros del albergue Zendoira. La ruta de Palas de Rei a Arzúa tiene fama de rompepiernas por subir y bajar colinas a lo largo de 29,5 kilómetros. La buena noticia es que, con el cambio de hora, hay más luz. Las plantas de los pies están doloridas, hay agujetas y molesta andar con calcetines empapados. Las botas siguen húmedas, pese a dejarlas en la calefacción con papeles de periódico dentro.
Son las 8.30 horas, y los peregrinos Fernando Márquez y Fernando Mambrona salen de desayunar frente al Ayuntamiento de Palas. Durmieron en el albergue de la Xunta, que aún conserva el logotipo del Pelegrín del Xacobeo 93. Esa mañana, hubo un apagón y se vistieron a oscuras. Hacen el Camino Primitivo, que confluye en esta villa, mientras que el del Norte sale en Melide. La pasada tarde los pilló la borrasca en el sendero primitivo, que se inundó, y se desviaron a ciegas por una carretera hasta Palas. Ellos prefieren salir desde Oviedo para disfrutar de la tranquilidad de sentarse en una terraza. Al Camino Francés lo tachan de «destino vacacional». Márquez hizo el del Norte en bicicleta, la Ruta de la Plata y el Francés dos veces, saliendo de Somport, a plazos. «Cambias de estar todo el día en el trabajo y conoces a otra gente», añade. «Vemos este verde y alucinamos», resalta Mambrona.
Solo llovizna. La senda transcurre entre robledales y con cruces por carretera. Hay un botón para activar una señal de precaución para peatones pero no funciona. En San Xiao do Camiño, rehabilitan casas. Su iglesia está abierta a las 9.30 horas y, dentro, un paisano mayor sella las credenciales. Es sorprendente porque solo estaban abiertos el santuario de O Cebreiro, Triacastela y Barbadelo. El Obispado de Lugo planea abrir los templos de las aldeas en Semana Santa. El hombre de los sellos se llama Manuel Quintero. Trabajó en varios oficios, y es el más destacable el de constructor, pero una deuda lo dejó en dique seco. Ahora es el voluntario de Palas de Rei y viene en coche a abrir la iglesia románica con una pila bautismal del siglo XII porque es el único sitio para sellar en este tramo. Los peregrinos dejan donativos, agradecidos. Quintero madruga a las 8 de la mañana y a las 6 en verano para abrir. Se va al comer. «Estou facendo algo importante: levo dez anos poñendo selos. En Palas tiñan necesidade dunha persoa para atender isto fóra dos seus horarios», dice. Y añade: «A miña vida foi preciosa, teño netos, pero tamén hai que subsistir».
Continúa la ruta por senderos embarrados, gándaras, eucaliptales y un tramo de la futura autovía de Santiago a Lugo. Una veintena de ciclistas portugueses pasan a toda mecha, como si hiciesen motocrós, saltando por los charcos y animando a los romeros con un «¡Buen Camino!». Al poco pasan unos colegiales con la música de estilo trap a tope y coreando letras machistas.
En Leboreiro se vuelve a respirar toda la magia medieval del Camino. Además de tenerla bien conservada, han colocado bancos verdes para los peregrinos, a quienes les impresiona un cabazo frente a la iglesia. Dos vecinos mayores aclaran que su aldea no es que sea bonita, «sino antigua». La mexicana Paula Mendiata: «Es como caminar por un río seco». Pasado un polígono industrial y una chatarrería, retrocedemos al Medievo en el puente del río Furelos, en la entrada de Melide. Hay casas rehabilitadas que conviven con el hormigón. La iglesia abre.
En Melide hay feria y bullicio. Un menú del peregrino ofrece pizza y kebab a 9,5 euros. Muchos extranjeros querían comer pulpo en Melide, pero no entran en los bares y siguen deprisa hacia Arzúa. Hay una especie de locura colectiva que impulsa a no parar de andar y que recuerda al personaje de comedia Forrest Gump o a una cinta transportadora de gimnasio. Así que, salvo tres chicas de oro norteamericanas que miran escaparates, los demás pasan de largo de la villa. El último tramo de interés de esta ruta es el kilómetro 50. Hay que cruzar un río saltando por grandes rocas y luego atravesar un bosque donde parece como si los robles luchasen con sus ramas para impedir que los eucaliptos invadan la corredoira. Algunos peregrinos se alojan en el albergue de la Xunta de Ribadiso, inaugurado en el Xacobeo 93, para ahorrarse la subida a Arzúa.
Etapa 5 - De Palas de Rei a Arzúa
LO MEJOR 1. Leboreiro. Famoso por su cabazo (hórreo de mimbre) y su puente, la aldea se esfuerza por guardar la estética. 2. Paso de río con piedras. En el kilómetro 50 hay un paso de piedra en un bosque de cuento. 3. Variedad de hórreos. En este tramo hay gran variedad de silos de grano. Destacan los de madera pintada de colores.
LO PEOR 1. Entrada en Melide. La llegada a la villa transcurre por un descampado con farolas y vistas a las traseras de edificios. 2. Publicidad. Pegada en árboles, sobre carros de labranza o en remolques. 3. No dan tiques. Muchos negocios del Camino no dan recibos si no se les pide.
Enseñando a decir «lluvia» en un escenario «mágico»
Lisa Beisenköetter es una profesora alemana que muestra la ruta a sus alumnas
Texto: E. V. PITA
Publicado en La Voz de Galicia el 29/03/2018
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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/03/29/ensenando-decir-lluvia-escenario-magico/0003_201803G29P6993.htm
Una maestra y sus cuatro alumnas adolescentes cantan alegres canciones que recuerdan a la banda sonora de Sonrisas y lágrimas en una mesa de O Fogar do Camiñante, pasado el kilómetro 61 de la ruta a Santiago. El bar cuelga un cartel con forma de botafumeiro en el que ofrece menú-desayuno del peregrino a 3,20 euros, incluida la tortilla con beicon.El dueño inauguró el bar el jueves previo a la Semana Santa. Tenía un mesón en Lugo, pero, tras diez años de actividad no pudo pagar el alquiler y apostó por mudarse a un lugar con grandes oportunidades de negocio: el Camino. No lo dudó cuando le ofrecieron una casa a medio camino entre Palas de Rei y Melide. Ahí se concentran tres bares. El hostelero regala botellines de agua a los romeros que van a comprarla, porque él también fue peregrino.
Entre sus clientes más madrugadores estaban aquella profesora y sus escolares. Lisa Beisenköetter hizo el Camino desde Francia hace dos años y medio y ahí vio a un grupo de maestros y estudiantes. Ella estaba en su fase de formación profesional y pensó: «Vale, yo tengo que hacer esto algún día con mis alumnos».Entretanto, viajó a Tanzania, aprendió suajili y casi se olvida del español. Regresó a Alemania. Llegó un día a las cinco de la tarde y pidió a sus padres un deseo especial: «Les dije que me hiciesen un desayuno con montaditos». Lisa adora las panaderías alemanas, siempre repletas de variedad, y lo que más le gusta desayunar son unos panecillos de semillas que se untan con mil sabores, como el queso con nueces. Otros germanos dicen lo mismo. Durante su etapa en el Camino echa de menos esos bocadillos del desayuno tanto como el español que viaja al extranjero añora la tortilla de patatas y el jamón serrano.
Finalmente, Lisa se convirtió en profesora de español en un colegio de Münster, en el norte de Alemania, y convenció a un joven docente de Religión de que la acompañara: «Y aquí estamos». Sus clases son muy colaborativas y cuatro adolescentes se animaron a hacer el viaje y ayudaron a su maestra a organizar la ruta para abrazar al Apóstol a la vez que aprenden español.«Organizamos todo juntas: las chicas buscaron qué parte del Camino querían hacer y cómo llegar y dónde dormir», explica. Empezaron desde Sarria y, durante la caminata, se les unió otro compañero mayor y su esposa. Para hacer más apasionante el aprendizaje salieron sin reservar alojamiento, con la incógnita de dónde dormir cada noche. «Somos un grupo pequeño, no es difícil», afirma.
Cuando lleguen a Santiago quieren aprovechar el tiempo libre para ver alguna procesión de Semana Santa. Entre las nuevas palabras que aprendieron las niñas en esta etapa figura lluvia. Les sorprendió el temporal, pero van más despacio para descansar. Para darse ánimo en la ruta, cantan. Lisa siente pena de las casas en ruinas que ha visto desde Sarria, pero resalta que «estos pasajes tan antiguos tienen su atractivo porque parecen mágicos, sacados de los cuentos de hadas». Más tarde, una de las alumnas comenta en español: «Me gusta el Camino... sin lluvia».
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DÍA 6
El Camino de Santiago: etapa de Arzúa a Pedrouzo
La peregrinación repuebla aldeas con tiendas, bares, albergues y casas nuevas
Los alojamientos privados con recogida de mochilas restan usuarios a los de la Xunta
Texto: E.V. Pita
Publicado en La Voz de Galicia el 30 de marzo del 2017
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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/03/30/peregrinacion-repuebla-aldeas-tiendas-bares-albergues-casas-nuevas/0003_201803G30P10991.htm
La sexta etapa del Camino por Santiago arranca en Arzúa a las 8.00 horas. Cae llovizna pero el camino será más relajado, con 20 kilómetros por tramos llanos. La iglesia está abierta y el propio peregrino puede autosellarse la credencial. En la calle, dos señoras mayores y una monja saludan con un «buen camino».
Un camino complementario por un bosque de robles y eucaliptos evita el paso por carretera. Un grupo de cacereños comenta: «¿Y este eucalipto estaba aquí en el siglo III?». Luego, debaten sobre si Jesús fue el mayor influencer o sobre las letras de los raperos. La senda desemboca en prados reverdecidos por la lluvia y empiezan a verse casas en construcción y hormigoneras. Un obrero informa de que construyen una tienda para peregrinos.
A la altura de Taberna Vella se ha creado una aldea internacional. En una orilla vive una señora alemana y, al lado, un gurú llamado Bruno que quiere llevar a cabo un proyecto llamado El Muro de la Sabiduría. Los terceros en asentarse en el lugar son la neoyorquina Vanessa Illanes y el guía catalán Alex Porras, que se ha subido a un abeto para podarlo. Vanessa compró una casa antigua en el 2014 y tardó tres años en lograr la licencia de reforma por estar al lado de la vía jacobea. La comisión de arquitectos de Patrimonio revisó los cambios y le vetó las ventanas porque eran cuadradas y no rectangulares y no estaban hundidas en la pared. «Llevo un año con electricidad solo para las bombillas porque aún no tengo permiso para aumentar la potencia ni calentar el suelo radiante», cuenta.
Unos metros adelante, la nueva autovía de Santiago a Lugo cruza el camino. Por el viaducto pasa un romero francés de 70 años en sentido contrario que va a Lyon.En Boavista también se reforman casas y los bares han instalado terrazas donde los peregrinos estiran las piernas antes de continuar hasta Pedrouzo. Por este tramo, hay túneles vegetales y caminos tan viejos que los muros están cubiertos de turba. Siguen el feísmo rural y las casas abandonadas pero la hiedra se traga las paradas de bus. En los marcos, alguien escribió mensajes de una expedición del 2017 sobre enfermedades raras. Se ven muchas papeleras. Luego, el bosque se divide en dos. En una orilla, crecen altos eucaliptos y en la otra abetos. Parecen paisajes de Australia y la Selva Negra. En la soledad, se oyen graznar cuervos, trinar petirrojos y el ruido de camiones que pasan por una nacional, que se entrecruza con el camino. En Santa Irene, se divisa el Pico Sacro. En este albergue de la Xunta notan una bajada de los huéspedes por la competencia de alojamientos privados que reservan on-line y recogen las mochilas que los romeros mandan en taxi.
En la calle principal de Pedrouzo han abierto pizzerías, tiendas y también alojamientos por el tirón de los peregrinos. En el albergue, los caminantes parecen zombis, medio cojos. De noche, comentan en la cocina alegres sus anécdotas del viaje desde Sarria. Cuentan que pedían chupitos en cada bar para animarse a subir las cuestas. Solo queda un día para ver al Apóstol.
LO MEJOR 1. La convivencia. En la cocina de un albergue de Pedrouzo, peregrinos de Argentina, Dinamarca, Brasil y Cáceres comparten espaguetis y tapas. 2. Aldea de Calle. Conserva casas tradicionales, el suelo está enlosado y hay bares y tiendas. 3. Túneles vegetales. Es el tramo con más entradas envolventes en bosques, de abetos, robles o eucaliptos que recuerdan a los cuentos de hadas.
LO PEOR 1. Cruces peligrosos. En esta etapa, las señales luminosas funcionan al pulsar el botón para cruzar el vial pero hay muchas intersecciones con riesgo. 2. Árboles caídos. La senda está cortada por dos árboles en A Calzada, prueba de que nadie revisa. 3. Publicidad con música. Cerca del kilómetro 21, un albergue de Pedrouzo se anuncia en una finca privada con pantalla digital y música clásica.
«No me entrené para cuestas»
Ana Cristina Ayala es una peregrina de Detroit. Donde reside también su marido, Eduardo, en Michigan, Estados Unidos, el terreno es mucho más plano
Texto: E.V.Pita
Publicado en La Voz de Galicia el 30/03/2018
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Michigan, en Estados Unidos, es completamente plano. No hay ni una cuesta cerca de Detroit. Por eso, la norteamericana Ana Cristina Ayala, que vive entre praderas, llanuras y grandes lagos ignoraba a lo que se exponía si volaba a Galicia a cumplir su sueño juvenil de hacer el Camino de Santiago.
«Todo allí es plano y me entrené antes de venir, pero no sabía a lo que me enfrentaba», dice mientras ordena su mochila en el albergue de Arzúa. Pasó una noche dura por las agujetas y dolores musculares. Su marido, Eduardo Ayala, la acompaña tras superar una operación en un pie. «Él no entrenó nada y lo veo muy callado, si le duele no lo sé», bromea la esposa. Ayala oyó hablar del Camino y le pareció «muy interesante, pero la vida te lleva por otros senderos, matrimonio, hijos, trabajo». Pospuso ese sueño y «solo fue un buen recuerdo» hasta que hace dos años una pareja de norteamericanos que lo habían hecho varias veces «trajeron a mi mente el viejo recuerdo».
A la hija de una amiga le preguntó varias veces cómo era el terreno en el Camino de Santiago «pero ella nunca me lo dijo. Si lo hubiese hecho yo jamás me habría animado a venir (se ríe)». Iba a partir sola para esta caminata de cinco días pero «mi hija mayor se quedó al cuidado de la pequeña y mi esposo se vino conmigo». Finalmente, el matrimonio voló desde Chicago a Madrid y tomó un tren hasta Sarria. Además del jet-lag, el viaje en avión le dejó doloridas las rodillas. Y los dos primeros días la postraron «machacada» de tanto caminar monte arriba y monte abajo. Galicia le resultó familiar con Detroit por su clima «singular».
«Allí llueve, cae nieve con el sol, hay nubes, sopla aire». Pero no contaba con los rompepiernas de las colinas gallegas y las subidas de Barbadelo, Castromaior y la bajada de Vilachá. «No me esperaba esto», cuenta sorprendida y con sus piernas doloridas. La tarde la pasó tumbada en su litera leyendo en su tablet. Ya en Pedrouzo, Eduardo Ayala muestra en su mano un fruto marrón. «¿Esto se come?». Sí, es una castaña.
«El Camino es la vida»
Patrina Kaye es una bloguera filipina que decidió hacer el Camino de Santiago por motivos religiosos
Texto: E.V.Pita
Publicado en La Voz de Galicia el 30/03/2018
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Patrina Kaye Cáceres, nacida en Tacloban, en Filipinas, escribe el blog Mspatsperous, especializado en recetas de comida. Cada viernes muestra un plato. Vive en Madrid y decidió hacer el Camino de Santiago por motivos religiosos. Al terminar la ruta confía en escribir su experiencia en su bitácora digital. Pero ahora tiene temas más urgentes en los que pensar: «Mi madre ha sufrido un ataque al corazón y, en cuanto llegue a Santiago, debo volver a mi país a cuidarla».La ruta jacobea decidió hacerla como «promesa» después de que su tío le hablase de la espiritualidad del Camino.
«Detrás hay un componente religioso», dice mientras prepara pasta a la carbonara en un albergue privado de Pedrouzo. Unos andaluces le ponen música de Chayán porque a ella le gusta tararearla. «Para mí, el Camino es como la vida. Da igual que llueva o que haga tormenta, tú debes seguir adelante, pase lo que pase», dice. La noticia de la enfermedad de su madre le llegó hace un mes y, «Fue cuando tomé la decisión de marcharme de España».
Pero antes quiso cumplir su promesa de peregrinar a Santiago. En la última jornada confraternizó con varios amigos de distintas nacionalidades y comentaron hasta la medianoche en la cocina las mejores anécdotas de su viaje espiritual con fondo musical de Queen en plan chill-out.
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DÍA 7
El Camino de Santiago: etapa de Pedrouzo a Santiago de Compostela
Los eucaliptos tapan las tres torres de la catedral en el Monte do Gozo
El albergue parece un complejo «fantasma», duerme poca gente y el bar está cerrado
Texto: E. V. PITA
Publicado por La Voz de Galicia el 1 de abril del 2018
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Es medianoche. La argentina Valeria Giudice, de 27 años, ofrece unos espaguetis con tomate que un amigo alemán cocinó en un albergue privado de Pedrouzo (O Pino). Hay tertulia, cena y buen humor. La joven bonaerense aprovechó una pasantía de psicopedagogía en Madrid para caminar desde Sarria. Trabó amistad con una española, pero esta tomó un taxi para llegar a tiempo a su vuelo en Santiago. Su nueva amiga es la brasileña Natalia Ponzi, de Recife, Pernambuco. Cursa un máster en Madrid y se animó a hacer el Camino cuando vio por Internet la «facilidad de hallar albergue». No leyó el libro de Paulo Coello, pero vio The Way. «El Camino engancha: vine sola para meditar, pero hice amigos», resalta.
Ya de madrugada, con ronquidos de fondo, dos mochileros abandonan de puntillas el dormitorio de seis literas. Al alba, a las 8.00 horas, sale el resto. La calle desierta de Pedrouzo se llena de caminantes cojos que arrastran los pies como zombis. La séptima etapa se adentra por una carballeira invadida por eucaliptos. La pista está cortada por un árbol caído. Los colegiales de Salamanca sacan fotos a las vacas y cantan alegres Alabaré, alabaré a mi Señor y Al partir, de Nino Bravo. El GPS de su profesora, Milagros Pierna, avisa de un giro hacia un prado. «El móvil me dice todo. En Portomarín perdí 2.500 kilocalorías», dice.
En un restaurante de la general, la camarera charla en alemán fluido con las alumnas de Lisa, que desayunan en la terraza con sus bandejas llenas. «En verano, a las seis de la mañana tenemos colas enormes de clientes con las frontales encendidas», cuenta. Madrugan para ir a la misa del peregrino de Santiago del mediodía y ver el botafumeiro. Mira su reloj: «Ya no llegáis».
A la salida del bar, pasa cojeando Irene Rincón, de Arganda del Rey. «Vine a rastras desde Arzúa, subía las cuestas marcha atrás, llegué tres horas tarde, pero una chica me hizo compañía», explica. Mira agradecida a la buena samaritana. Su gran aventura fue subir en un tractor. Pararon a un agricultor y las llevó de un marco a otro. «Era mi sueño», dice.
El camino alterna bosques y prados y bordea las pistas del aeropuerto de Lavacolla. Un avión despega mientras el joven portugués Joâo Gomes comenta divertido que esa noche se cayó de la litera. Cuando vuelva a Oporto cambiará «cosas». Le acompaña el médico Ian Matthias Ng, de Singapur. Salió de Roncesvalles sin ropa de nieve y, desde Burgos, viajó en tren a Sarria. «Estaba estresado por mi trabajo: con todo este verde, desconecté», dice. La ruta sigue por un pequeño paraje cenagoso que recuerda a Jurassic Park y desemboca en un túnel de cemento donde un colombiano vende suvenires.
Al poco, el sendero queda encajado entre la carretera y las obras de la autovía Santiago-Lugo. Una excavadora abre un nuevo trazado del Camino. Sigue el bosque, los regatos y la iglesia de Lavacolla. Hay señalización con postes. Propiamente, el sendero milenario del bosque acaba en la subida a San Marcos. A partir de ahí empieza el cemento y el asfalto. Se ven chalés y los obreros reforman casas en ruinas. Por allí aparece el guía Álex Porras, atareado en montar un pícnic en el Monte do Gozo para sus peregrinos vip. Durmieron en un pazo de Arzúa. Asoma la cima del Pico Sacro y, en el vallado, hay colgados decenas de palitos en cruz.
Ya ante el monumento del Monte do Gozo salta la decepción: se divisa la ciudad, pero no las tres torres de la catedral. Las tapa el eucaliptal de la ermita. Al alejarse al prado, se alzan en hilera. Abajo, el albergue del Monte do Gozo tiene pinta de complejo fantasmal, casi abandonado. Fernando Márquez y Fernando Mambrona durmieron allí. Eligen literas de la Xunta porque van a la aventura sin reservar. En O Gozo, sobraban camas. «Éramos cuatro y sin restaurante, salimos de noche a por bocadillos», dice uno.
Tras el viaducto de la autopista AP-9, comienza un laberinto de cruces y una acera enlosada. Un cartel de Santiago da la bienvenida cubierto de pegatinas y frases de ánimo. ¿Deterioro del Camino? A decir verdad, los marcos de los kilómetros están pintarrajeados con deseos de paz. La senda por San Lázaro transcurre por pavimento agrietado, con adoquines levantados o mobiliario roto, barullo de coches, y pizzerías y terrazas. Se apostó por meter cemento en vez de plantar un túnel vegetal que imitase al Camino. Pero aunque la última milla pasase junto a una chatarrería con neumáticos ardiendo, al peregrino le da igual. Solo piensa en llegar. Al cruzar Fontiñas da pena ver flacos arbolitos de jardín en vez del bosque de carballos y castaños típicos de la ruta. En la rotonda de Os Concheiros hay confusión con las flechas amarillas, pues los anuncios de albergues las imitan. La esquina crea un punto ciego y despista.
LO PEOR 1. Señales confusas. Proliferan señales amarillas, incluso de negocios privados. Hay puntos ciegos en la rotonda de Fontiñas. 2. Papeleras rebosantes. En el Monte do Gozo la basura desbordaba el contenedor. Dejadez. 3. Máquinas de «vending». Las expendedoras de bebidas solo funcionan ante casas rurales.
LO MEJOR 1. El abrazo del Apóstol. Finaliza esta ruta de reflexión y búsqueda personal con un gesto simbólico. Electrizante. 2. El último kilómetro. Bien cuidado por Bonaval. Los peregrinos apresuran el paso al asomar las torres en la calle. 3. Plaza del Obradoiro. Enclave singular donde los mochileros se tumban rendidos y felices.
COMPAÑEROS DE VIAJE. Paolo, de Milán (Italia), sufre el llamado mal del Camino. Con casi 70 años, peregrinó desde Roncesvalles. El paso francés fue cortado por nieve. Es su tercer viaje. Se apoya en un palo y cojea. Va sin prisas: «Soporté nieve, ventisca y lluvia durante un mes. ¡Qué más me da llegar una hora tarde!». Una amiga le dijo: «Paolo, tú sufres el mal del Camino. Terminas y, años después, una voz te llama para que vuelvas».
Lágrimas de emoción al abrazar al Apóstol
Andamios y lonas impiden admirar la catedral y el ruido de rebarbadoras perturba la paz
Texto: E.V.PITA
Publicado en La Voz de Galicia el 01/04/2018
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A solo mil pasos se divisa la Berenguela y los peregrinos dan gritos, saltan o corren a abrazarse.
La bajada por Os Concheiros hasta Santo Domingo de Bonaval está bien cuidada. Es un barrio vivo, con terrazas, cajas de fruta en la calle, coches en doble fila..., pero que conserva la esencia de un casco histórico propio del Patrimonio de la Humanidad. Los anuncios de los negocios carecen de aire medieval. En el cruce de San Pedro, el médico de Singapur da un grito y salta al asomar entre los tejados la torre del Reloj o Berenguela de la catedral. El italiano Paolo acelera la marcha bajando por Bonaval, donde deslucen unos contenedores. Ante el bar Porta do Camiño, una universitaria mexicana que llegó adelantada corre a abrazar a su amiga recién llegada. Lloran emocionadas y ondean felices su bandera tras cinco días a pie. Pasada la plaza de Cervantes, se acelera el pulso.
Por la cuesta de Huertas sube un peregrino alemán que se arrastra a la pata coja dolorido con sus vaqueros rotos. Rehúsa una ambulancia y sigue solo como puede los últimos metros a la catedral. Muchos caen agotados en la plaza del Obradoiro tras admirar la fachada barroca, cubierta con andamios hasta la mitad de las torres, ya limpias.
Para obtener la compostela, el romero debe presentar su credencial en la Oficina de Atención, en la calle Carretas, una trasera del Hostal de los Reyes Católicos. Hace 25 años, la oficina era atendida por don Jaime, ya fallecido, quien preguntaba a cada romero las razones de su viaje antes de expedirle el documento que certifica su peregrinaje. Ahora, el mostrador recuerda a una sucursal bancaria. Los caminantes hacen cola y un marcador electrónico da número de ventanilla para poner el último sello, el de la catedral. La compostela se da gratis y por motivos religiosos o espirituales. No vale alegar solo turismo o deporte, la pueden denegar. El nombre de pila va en latín. Por tres euros dan un certificado de la distancia recorrida. Las siete etapas a pie del chequeo de La Voz preveían 157,5 kilómetros, pero el certificado lo eleva a 165 por la nueva medición. Lo cierto es que los marcos de O Cebreiro carecen de kilometraje.
En la oficina de atención al peregrino Lisa y sus alumnas alemanas aguardan cola, felices de llegar. La profesora ya obtuvo un certificado de 800 kilómetros. Quieren ver algo de la Semana Santa gallega. Al lado, Kate Matthews espera por su madre Sonia, que busca recuerdos para llevar a Seattle. Está más animada tras caminar con su hija.Por Cervantes, bajan las erasmus milanesas Camila y Elena y cuentan que madrugaron mucho para llegar a tiempo al botafumeiro y grabarlo en vídeo. Tuvieron suerte, no siempre se ve. En la catedral registran las mochilas y los bolsos. Las fotos, sin flash. «El domingo llegaron 800 peregrinos. Es mucho», dice el vigilante. Dentro huele a incienso y se oyen martillazos y rebarbadoras. Es por las obras de rehabilitación del pórtico de la Gloria, tapado con lonas. Abdón Díaz, de Ciudad Real, que completó su quinto camino, esta vez solo, y Sergio Álvarez, pamplonica que lo hizo a plazos en dos años, abrazan felices al Apóstol y visitan la tumba. Pagaron casi 20 euros por cama y 10 por un menú del peregrino. Pocos bares dan ese descuento. Una hostelera replica con sorna: «Peregrino o no, pagas lo mismo en Santiago, tanto si llegas a pie como en avión».
«Llegamos de primeros y nos dieron una comida gratis»
La Oficina de Atención al Peregrino invita a ese menú a los diez primeros que llegan cada día a Santiago
Texto: E.V.PITA
Publicado en La Voz de Galicia el 01/04/2018
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En un lateral del Hostal de los Reyes Católicos, bajando hacia Huertas, está el restaurante Enxebre. Un cartel anuncia un menú do Camiño especial para el peregrino por 18,5 euros que incluye cremas de verduras o pescado. Pero algunos comen allí gratis. En la Edad Media, este edificio noble era un hospital y hasta hoy perdura la tradición de dar la bienvenida con una comida a quienes muestren su compostela. La Oficina de Atención al Peregrino invita a ese menú a los diez primeros que llegan cada día a Santiago. Fue el caso de los zaragozanos Fernández Márquez y Fernando Mambrona.
Hicieron el Camino Primitivo en medio de la borrasca Hugo, el sendero se inundó y se metieron a ciegas por un vial hasta Palas de Rei.
«Nos cobijamos en una parada de bus en medio del monte», dice uno. Otro día, anduvieron 37 kilómetros hasta el Monte do Gozo. «Llegamos de los primeros a Santiago a poner el sello y pedir la compostela y nos dijeron que nos daban una comida gratis de 12.50 a 13.50 horas», afirma. Muestran en su móvil fotos de las viandas. Siguen camino a Fisterra, fin del mundo.
MOCHILAS Y SUVENIRES
En San Marcos, el guía Álex Porras preguntó si La Voz halló lo que buscaba en el Camino. La respuesta: «Contamos lo que hay». Cumplida la misión, solo resta recoger la mochila y comprar un recuerdo. Otero Bike Park tiene una consigna de equipajes de peregrinos en la fuente de Os Concheiros, donde lavan y envían bicis y paquetes. El albergue The Last Stamp recoge mochilas transportadas por taxis desde Pedrouzo pero cobra comisión si no son clientes. Cerca de la plaza de Galicia, la dependienta de una pastelería vende una tarta de Santiago: «Si está nublado, la gente viene».