Pobreza mundial

domingos de La voz
2 de enero del 2005
La Voz de Galicia

Aquí el agua no mata


Conflictos del agua en el sur de Africa

El maremoto de Asia tiene su contraposición en el delta del Okawango, un río que llena de vida las arenas del Kalahari.

Aparte de Galicia, sólo la desértica Botswana respeta tanto la lluvia. Su
moneda nacional es el «pula», que significa agua, y su dios es Ngami, el Señor del Líquido Elemento. Allí, una botella de agua mineral es tan valiosa como un diamante de sus minas.

ENRIQUE V. PITA | TEXTO Y FOTOS
(Nota: algunas fotos son de José Luis Cadahía)

El cauce del Okawango recorre 600 kilómetros del sur de Angola y 400 de la
frontera de Namibia. El delta, una de las joyas naturales del mundo mejor conservadas, preserva una gran biodiversidad. Desde el aire se distinguen las manadas de elefantes, cebras o ñus, que pastan en las islas y juncales de este pantano.

Junto a las palmeras y baobabs conviven leones, hipopótamos o águilas pescadoras. El río, que no cubre por la cintura, se ha convertido en la principal fuente de ingresos de Maun, la ciudad de donde parten los makoristas, los tradicionales remeros de las canoas de madera.

Pero estos piragüistas y pescadores han hecho saltar la alarma pues
temen que las aguas del pantano desaparezcan en los próximos meses y con ellas la rica fauna.

El dedo acusador de los makoristas apunta a la construcción de una presa en el curso alto del río por parte de Angola. Además de reducir el cauce del auga, estos embalses impedirán la llegada de sedimentos que alimenta la vida en este oasis de 15.000 kilómetros cuadrados en las puertas del Kalahari y donde residen 100.000 habitantes.

Los nativos sospechan que ni siquiera la estación de lluvias podrá regenerar la vida. Maun es la ciudad de donde proceden los makoristas del delta. Sus casas bajas con porche recuerdan a los pueblos fronterizos del Oeste americano, con la diferencia de que en los arrabales proliferan
las pallozas circulares con tejado de paja y paredes de colores. Éstas
son construidas con bloques de cemento o latas de Coca-Cola o cerveza
apiladas.

En Main Street, la calle principal, se halla la cadena de comida rápida
Nando’s, coronada por el gallo de Barcelos. En esa zona se celebra a diario el mercadillo, repleto de tiendas chinas de ropa o peluqueros
ambulantes, estos últimos instalados en casetas de madera decoradas con muestras de cortes de pelo pintados a mano. Ahora, muchas familias abandonan el campo y se instalan en las chabolas de los arrabales de Maun, algunas con antena parabólica. Las chozas se extienden a lo largo del cementerio, con las tumbas cubiertas de toldos verdiblancos, y el basurero,
rodeado de restos de chatarra, el cual conduce a la arenosa entrada
del delta. Es allí donde las agencias occidentales reclutan a los
makoristas. A escasos metros, los babuinos y sus crías revuelven en
la basura, junto a perros palleiros famélicos.

En los patios se ven mujeres tendiendo la ropa o limpiándose los dientes y a decenas niños que corretean y saludan siempre sonrientes. Sus hermanos mayores visten uniforme y están por las mañanas en la escuela. Algunos
fotógrafos sostienen que los niños africanos son felices pero la edad
media de vida en Maun no supera los 45 años. Por ello, es difícil ver
ancianos en las calles. Algunos habitantes tienen la costumbre de
caminar deprisa e incluso corriendo, como si el tiempo se acabase.

Los makoristas son reclutados en Maun por las agencias de turismo
sudafricanas. Entre los piragüistas está Freddy, uno de los remeros
más jóvenes de la ciudad. Su sueldo se basa principalmente en las propinas de los turistas, unos tres dólares por dos días de travesía, incluidos
safaris por las islas de palmeras y cruceros para presenciar el rojo atardecer y el tenue brillo de la Cruz del Sur en el cielo austral.

Freddy aspira a convertirse en guía y dedica sus ratos libres a leer un desgastado libro en inglés que identifica las especies que pueblan el delta. Su familia forma parte de los pescadores del pantano, donde capturan
en una jornada docenas de carpas blancas y otros exóticos peces que cocinan en una hoguera a la cena, acompañado de arroz y salsa verde.
Freddy dedicó dos meses a vaciar el tronco de ébano y construir su makoro, una inestable canoa de baobab.


El makorista Philip es uno de los guías más experimentados de la zona. Ha
recorrido durante años las islas del delta, distingue la mejor madera seca, reconoce las huellas de las pistas de elefantes y sabe evitar el viento para que las fieras no olfateen su olor. También ha sido profesor en Maun y habla inglés fluidamente.

Con tristeza, Philip, sentado junto al esqueleto de un elefante muerto
hace dos meses, señala con su mano hacia una planicie repleta de árboles muertos. «El delta se está muriendo. El año pasado, el agua inundaba esta zona y ahora sólo vemos arena y juncos secos».

Los makores miden cuatro metros de largo y sólo pueden transportar a dos personas sentadas sobre haces de paja y su equipaje. Continuamente, estos
gondoleros de África deben achicar con una esponja la proa, reforzada con tiras de neumáticos.

Pero lejos de cantar como los venecianos, los makoristas –entre los que hay muchas muchachas- mantienen un semblante serio durante la travesía, pues en los juncales acechan sorpresas como los hipopótamos o los elefantes que cruzan de isla en isla.

El makorista Philip descarta que la estación seca haya originado la desertización, que evapora le 96% del agua del delta. Philip culpa a las
presas, centrales hidroeléctricas, canales y acueductos que Angola está construye en el curso alto del Okavango, más allá de Rundu y las cataratas Popa. Las orillas del Cubango fueron controladas por la guerrilla Unita durante 27 años de guerra civil, lo que ayudó a preservar la biodiversidad del río. La firma de la paz el año pasado ha agilizado los proyectos hidráulicos del gobierno de Luanda, quien planea construir diez presas.

Pero Angola no es el único que amenaza al delta. Namibia ya tuvo que desistir de levantar una central hidroeléctrica en los rápidos del Popa tras una denuncia que advertía del irreparable daño medioambiental. Este desértico país quiere ampliar su sistema de canales y tuberías en Rundu para extraer agua del Okavango y abastecer a la población de la capital.
Y Botswana ha desarrollado otra presa en Mopipi para abastecer a la mina de diamantes de Orapa. La otra amenaza es el proyecto de un trasvase de agua del río Zaire al Okavango, vía Angola.

UN RÍO SEPARA LAS FÉRTILES GRANJAS SUDAFRICANAS DEL ERIAL DE NAMIBIA

El agua también equivale a riqueza en Zimbabwe. Un ejemplo son los vendedores ambulantes de las cataratas Victoria, quienes venden colgantes con la imagen de Ngami, el dios del río Zambeze. A unos cientos de kilómetros, la región que baña el Okavango también se llama Ngamiland, tierra del Dios agua. Allí, el makorista botswano Philip teme por el futuro del delta. «Angola retendrá el agua hasta que llene su embalse. Pero en los dos próximos meses, el nivel del delta seguirá bajando y, sin agua, la fauna desaparecerá. Cuando llegue la estación húmeda ya será tarde pues nada habrá sobrevivido». Este recuerda que el 20% de la riqueza de Botswana procede del turismo en el delta. El otro 60% se
obtiene de las minas de diamantes, explotadas por la firma De Beers.
Y es que las centrales hidroeléctricas se han convertido en un símbolo de progreso para el África Austral y a la vez fuente de conflictos.

Un ejemplo es Zimbabwe, país que comparte con Zambia las cataratas Victoria. El cauce de esta caída del río Zambeze a cien metros de altura, «descubierta» por el misionero Livingstone, ha disminuido debido a las presas construidas por los gobiernos de Lusaka y Luanda. En el billete de 500 dólares zimbabwés (equivalente a 0,18 euros o a un pula) figura
la imagen de una central térmica y en el de 100 un gigantesco embalse.

Ese es el ideal de desarrollismo que defiende la República Sudáfricana, el gigante económico de la zona. Matt, un profesional blanco de Johanesburgo, sostiene que el modelo sudafricano, «donde se aprecia el valor del dinero», debe servir de inspiración e impulso para el resto de África. Para entender el mensaje basta con acudir a la frontera con Namibia, en la orilla sur del río Orange. Las granjas y ranchos sudafricanos, propiedad
de colonos afrikaners, producen, con la ayuda de molinos de viento y sistemas de irrigación, extensos campos de cultivo cuyo verdor contrasta con la desértica orilla de su país vecino.

Retirado Nelson Mandela, el poder económico de Sudáfrica continúa en manos de los blancos, quienes, junto a los asiáticos, detentan de la propiedad del 90% de los negocios. Las tiendas, restaurantes o farmacias pertenecen
a blancos pero son atendidas por personal negro, mano de obra barata. Éstos ocupan las casas de cemento que, a diferencia de las favelas brasileñas, están rodeadas de muros de hormigón y alejadas de las urbanizaciones de chalés con piscina, césped y alarma antirrobo. Estas pobres ciudades satélite proliferan en los arrabales de las autopistas de Ciudad del Cabo o en el extrarradio de los pueblos agrícolas de estilo holandés cercanos al río Orange. Estas humildes viviendas también son
visibles a un lado de la carretera de Swakorpmund, la capital turística
de estilo bávaro en la Costa de los Esqueletos de Namibia. Lo mismo
ocurre en los accesos de Balvis Bay, el puerto del Atlántico que linda con las dunas del desierto namibio y donde fondea la flota pesquera gallega.

Incluso las discotecas tienen mayoritariamente clientes blancos o negros, con distinta música y precio para cada etnia. Muchos afrikaaners, descendientes de los colonos holandeses, son amigables mientras saborean
la cerveza nacional Castle pero se ofenden cuando el forastero les
pregunta por Soweto, el barrio marginal de Johanesburgo. La población de este conjunto de bloques de viviendas humildes -la más cara cuesta 1,2 millones de euros- fue duramente reprimida durante el apartheid político que concluyó hace una década. Ahora es un reclamo turístico y Winnie Mandela, la ex mujer del primer presidente negro, se deja fotografiar con los visitantes en la puerta de su casa.

Pero tras las sonrisas está la realidad: los rands siguen sin llegar a los bolsillos de los 43 millones de habitantes. El proyecto de Pretoria para fomentar una clase media capitalista entre la población de color no da sus frutos. El mayor nivel de vida sólo ha alcanzado a los funcionarios y políticos. Al amanecer, miles de trabajadores de color cruzan a la carrera los pasos elevados de la autopista de Ciudad del Cabo rumbo a las fábricas del puerto mientras los directivos blancos [y la nueva clase política negra] lo hacen en automóvil.

El auge industrial y minero atrae a inmigrantes del Norte y un ejemplo cruel de esta miseria es que los leones del parque natural Krugger se han especializado en cazar y devorar a numerosos ilegales que cruzan la frontera.


El origen de una guerra
La moneda de Botswana se denomina pula, que significa agua. El líquido elemento es más valioso que los diamantes en este arenoso país del Africa Austral, barrido por el desierto del Kalahari.
La explotación de los recursos acuíferos de los ríos fronterizos Okavango, Chobe y Zambeze se ha convertido en uno de los cinco mayores conflictos internacionales por el agua. Botswana incluso libró una guerra contra su vecina Namibia por la posesión de la isla fluvial de Kasikili-Sedudu del río Chobe, que acoge a 60.000 elefantes y miles de gacelas.

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culturas 28 de febrero del 2004
La Voz de Galicia

Tras las pisadas de Livingstone (2004)


SE CUMPLE UN SIGLO DE LA MUERTE DEL PERIODISTA HENRY M. STANLEY Y 150 AÑOS DESDE QUE EL MISIONERO AL QUE FUE A BUSCAR EN EL CORAZÓN DE ÁFRICA EMPRENDIESE SU EXPLORACIÓN

texto: Enrique Vázquez Pita

fotos: José Luis Cadahía y E. Vázquez Pita

En 1868 estalla la Revolución Gloriosa en España que destrona a Isabel II. El New York Herald envía al periodista John Rowlands, quien firma sus crónicas como Henry Morton Stanley, a entrevistar al general Prim. El corresponsal, curtido en la guerra de Secesión americana y las campañas indias, presencia los combates en las barricadas de Zaragoza y Valencia.
En octubre de 1869, el cronista, que reside en la calle de la Cruz, en Madrid, recibe un telegrama de su director, James Gordon Bennet, para que se reúna urgentemente con él en París. Stanley registra en su diario: «Me dijo que debía escribir la crónica de la inauguración del Canal de Suez, algunas observaciones sobre el Alto Egipto, las excavaciones de Jerusalén
y Crimea, la política siria y turca, los proyectos de Rusia en el Cáucaso,
la situación en Persia, una mirada a la India y finalmente,... ¡buscar a Livingstone en el África ecuatorial!».
La expedición en busca del misionero y explorador escocés concluyó en 1871 en el lago Tanganika con aquel «Doctor Livingstone, I presume?». Sir Stanley, apodado Bula Matari (Rompedor de Rocas), falleció el 10 de mayo de
1904 en Londres, hace cien años.
Su último deseo fue reposar en la abadía de Westminster junto a
Livingstone, «como era correcto», pero el obispo se opuso.

La gran hazaña de Livingstone se forjó hace 150 años. El 31 de mayo
de 1854, David Livingstone rechazó la oferta para embarcarse hacia Inglaterra desde Sao Paolo de Luanda, el puerto colonial portugués
en Angola. Prefirió internarse en las selvas, con 114 porteadores, y
alcanzar el corazón de África en una travesía repleta de horrores. El
misionero presenció crueles actos de esclavismo y canibalismo y criticó
la poligamia. En noviembre de 1855, el explorador abandonó el río Linyati, en el Chobe y «descubría» las cascadas que los nativos batonga llamaban Mosi-oa-Tunya (El humo que truena). El doctor las rebautizó como Cataratas Victoria, en honor a su reina. «Escenas tan maravillosas tienen que haber sido contempladas por los ángeles en su vuelo», anotó el misionero
en su diario, reforzado con tapas metálicas. Ciento cincuenta años después, la séptima maravilla natural del mundo sigue cautivando al viajero. La atronadora cortina de vapor de agua pulverizada se eleva en el cielo y es visible a 20 kilómetros de distancia.

Livingstone inició su aventura africana en 1840, en el puerto sudafricano de Ciudad del Cabo,en el que sobresale su meseta Table Mountain, a la que se asciende en teleférico y desde la que se divisa el cabo de Buena
Esperanza. El visitante todavía puede pasear por las coloridas casitas del barrio malayo, el Bo-Kaap, que alojaba a los esclavos musulmanes y donde ahora ruedan series de televisión. Y al caminar por los bares y galerías
de arte del Strand uno rememora los salones de Bourbon Street de Nueva Orleáns, pero sin ambiente.

Los bóers holandeses de Ciudad del Cabo le boicotearon el viaje
al misionero británico, quien se ganó el respeto de las tribus hostiles
tras denunciar el esclavismo. Siglo y medio después, el fin del segregacionismo choca contra un muro invisible: la propiedad. Es
fácil de comprobar que existe un apartheid invisible: los dueños
de las tiendas, los bares o las farmacias siguen siendo blancos
o asiáticos. Los zulúes tienen difcultades para incorporarse a la
economía de mercado. «El capitalismo sudafricano es un modelo a exportar al resto de Africa», defiende Mattew, un descendiente de los colonos afrikaners.

FRONTERA POLVORIENTA
El río Orange es la polvorienta frontera que separa la verde Sudáfrica
de la arenosa Namibia y de las resecas y amarillentas hierbas de la estepa del Kalahari. Esa fue la ruta que siguió Livingstone, donde casi se muere de sed y sobrevivió al ataque de un león.

En un remoto paraje del Orange, una colona afrikaner aparca descuidadamente
su desvencijada camioneta en la puerta del ultramarinos, junto a una chatarrería y una gasolinera de BP. La mujer, de unos 40 años, sienta a su pequeña hija en el mostrador y atiende cecijunta a los clientes. Uno se
pregunta qué diablos le ha traído a este solitario páramo. Es hora
de aprovisionarse de agua. Cuanto más arriba, más rands costará. El
líquido elemento tiene tal valor que Botswana denomina pula (agua) a su moneda nacional.

La siguiente etapa es Windhoek, la capital namibia, donde los armadores gallegos negocian acuerdos de pesca mientras la flota congeladora fondea en
Balvis Bay. La bulliciosa ciudad, plagada de centros comerciales, está a las puertas del desierto del Kalahari, cruzado ahora por una autopista. «Es una inmensa llanura con hierbajos amarillos. No merece la pena», asegura un sudafricano. Poco ha cambiado en esta arenosa planicie desde que la atravesó Livingstone. Seguramente, el también fue observado por los monos babuinos, que saltan las cercas de alambre y vagan por las
cunetas de las carreteras.

Las arenas del Kalahari mueren en el delta del Okavango. Es el único gran río del mundo que desemboca en un desierto. Los pescadores todavía navegan
por los juncales en sus piraguas de madera del baobab, llamadas makoros. La guerra civil de Angola ha preservado la fauna local pero los nativos lamentan que la ex colonia lusa construya ahora presas en el curso alto del río Cubango. «Retienen el agua, el pantano se seca y los peces habrán muerto cuando regrese la estación de las lluvias», afirma un makorista de
Maun, la villa próxima.

En el bullicioso mercado de Maun pasean mujeres herero, vestidas
con el típico traje victoriano y gorro diseñado por la puritana
esposa de un pastor protestante. Mientras, los comerciantes chinos
han sembrado Bostwana de tiendas de ropa.

Livingstone llegó en 1855 al Chobe, ahora un parque natural protegido de Bostwana donde los turistas navegan en barcaza para fotografiar la fauna salvaje en las islas. Allí viven en libertad manadas de cebras y spring-books (gacelas Thomson), búfalos, leones en plena riña, martínes pescadores que se sumergen en picado, pelícanos, águilas imperiales,
cocodrilos que devoran una cría de hipopótamo y elefantes que se recogen al atardecer.

Los lugareños residen en unas pallozas circulares, construidas con latas de coca-cola aplastadas como bloques. Una mona babuina y sus crías remueven en un contenedor de basura, mientras desfilan a su lado escolares uniformados.

Por doquier, los carteles del gobierno advierten del peligro del sida, que afecta a uno de cada tres habitantes. Y a pocos kilómetros, en Zambia, comienza la zona de riesgo de la malaria.

Pasado el Chobe, es fácil divisar la nube de agua de las cataratas Victoria. La ruta hacia las cataratas continúa por la carretera de
Zimbabwe. Al contrario que en otros países del sur de África, las
calzadas carecen de alambradas y son cruzadas por elefantes y cebras, como bien advierten las señales de tráfico. Así se llega al bullicioso pueblo de Vic Falls, el único que no se ha resentido de la crisis económica de Zimbabwe, que enfrentó a los nativos con los granjeros blancos de la antigua Rhodesia. Las cosas van mal y eso se nota en el precio de la moneda
oficial, que se paga tres o cuatro veces más caro en el mercado negro. Algo que no ignoran los vendedores ambulantes, la mayoría descalzos y con ropas raídas, quienes muestran a los turistas unos colgantes de madera que
ellos denominan Ngami (Agua).

Ngami es el nombre del lago que localizó el misionero escocés en su primera ruta por el Kalahari. Livingstone dio con el curso de las grises y turbulentas aguas del río Zambeze y poco después topó con El humo que truena. Una placa a los pies de la estatua del explorador, ataviado con su
característica gorra, recuerda que fue el «primer hombre» que presenció la caída de 545 millones de litros de agua por minuto por una estrecha falla de 107 metros de altura y 1,7 kilómetros de largo. Habría que matizar: primer hombre blanco. Pero en los años 50, antes de la descolonización, el
gobierno de la antigua Rhodesia no reparaba en esos detalles. Para
compensarlo, el gobierno nativo obliga ahora a pagar diez dólares más a los ciudadanos británicos por el visado.

El líquido pulverizado de las Vic Falls rebota y asciende en una densa columna que empapa a los visitantes desprovistos de chubasqueros. Merece la pena ver este salto, alegrado por el arco iris. En el curso bajo, aventureros y deportistas hacen rafting en canoa sobre los rápidos
más espectaculares del mundo, seguidos por la aviesa mirada de los cocodrilos. Son los mismos que luego saborean en el famoso restaurante Mama África un puré de patatas con carne de venado y aromática salsa.

Sobre los acantilados se divisa la depauperada Zambia, a la que se accede por el legendario puente de hierro sobre el Zambeze. Todos los días, camionetas con decenas de mujeres cruzan la frontera desde la cercana ciudad de Livingstone para vender fruta y artesanía de madera, tela y yeso. Basta con cruzar la mitad del puente para poder decir que has pisado el corazón de África. La orilla norte del río Zambeze, en Zambia, está poblada de jirafas, elefantes y hipopótamos. Las barcazas y cruceros continúan en dirección a Angola y se detienen ante la rojiza puesta de
sol.

Livingstone prosiguió su ruta por este río hasta desembocar en la costa de Mozambique. Fue el primer europeo, que se sepa, que cruzó a pie el continente africano de oeste a este.

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Portugal: esclavos en la "raia" (2005)

Publicado en La Voz de Galicia el 29 de abril del 2005, en la página 18

Enlace permanente: http://reportajesdeevazquezpita.blogspot.com/2011/09/portugal-esclavos-en-la-raia-2005.html

Reportaje | Miseria humana al otro lado de la «Raia» (y III)

Agricultores contratados plantan patata en un campo de Vila Chá, cerca de Vila Real

La cantera de los esclavos lusos

Los vecinos de las aldeas de Trás-os-Montes no dejan nunca solos a los deficientes mentales o los enfermos psíquicos por temor a que sean secuestrados por los negreros.

Texto: E.V.Pita / Fotos: Oscar Vázquez

«¡Márchense! No queremos hablar de eso. Pasó na altura (hace tiempo)», grita Deolinda de Fátima desde la puerta de su desvencijada casa. Ella y sus cinco hijos viven en Carrazedo do Alvão, una polvorienta aldea de la sierra, en el corazón de la deprimida región de Trás-os-Montes.

Enfrente, en el bar sólo hay aparcado un Mercedes con matrícula de Pontevedra. Dos hombres mayores toman algo en la barra junto a un joven de sonrisa extraña. Todo el mundo en Carrazedoconoce la historia de Vasco, el hijo de Dionisia que tiene retraso mental y no puede hablar a sus 21 años. Su hermano Júlio relata su ventura: «Se lo llevaron por la noche en una furgoneta roja para trabajar a 20 kilómetros dentro de la frontera española. La GNR contactó con los del otro lado y lo encontraron. Pero eso fue hace tiempo, ¿por qué revivirlo ahora?». Su madre lo interrumpe entre sollozos y lamentos. No quieren más publicidad para su caso. Júlio discute con su progenitora y se retira. «Me gustaría visitar España. Allí están muy avanzados», se despide.

Esta zona agrícola vive ahora gracias a las obras de la autopista.
A pocos kilómetros está Vila Pouca de Aguiar. El comandante del puesto de la GNR recuerda de oídas el caso de Vasco. «En los últimos años no hemos vuelto a registrar secuestros», dice. En un bar del moderno pueblo sirven aceitunas cultivadas en la cercana Valpaços. El pasado mes de diciembre, Armando, un enfermo psíquico, logró huir de una quinta (finca o bodega) de esa zona. Sus patrones lo obligaban a recoger aceitunas allí y, en los veranos, a montar norias y barracas en España, incluida Galicia.

La carretera entre Chaves, localidad lusa fronteriza con Verín, y Vila Real forma parte de la ruta de los esclavos. La mayoría de los 22 detenidos en Oporto en la operación Liberdade residían en villas
agrícolas próximas como Murça, Chaves y Mirandela. Todas estas localidades están al borde de las carreteras que se dirigen a la frontera con España.
Los escenarios de los secuestros registrados en los últimos diez años también son cercanos: Vila Pouca de Aguiar, Vidago, Valpaços o Agarez de Vilamarín. Esta última aldea está a cuatro kilómetros de Vila Real. Desde lo alto se divisan las terrazas de viñedos. En una humilde casa vive Cristina. Ésta asegura que su hermano Armando, un enfermo psíquico que precisa cuatro calmantes diarios, vive atemorizado desde que huyó de una banda lusa que lo retuvo dos años.

«Teme que sus patrones de etnia gitana vuelvan a buscarlo. Hace meses que no trabaja y va a todos lados con su padre. Después de su fuga aparecieron coches de forasteros por aquí. Son unos criminales de la peor clase», dice.

Otro joven del pueblo, con deficiencias, es vigilado constantemente por su familia para evitar que la mafia lo secuestre y lo obligue a trabajar en la vendimia, la recogida de fruta, la chatarra o las piezas de atracciones en España.

Los vecinos de las aldeas montañesas de Vila Real han denunciado, al menos, seis raptos más. «Sé de dos casos en Chaves, otro en Sapiaos, en Medrões y en Vila Cova. Uno de los desaparecidos escapó y volvió a ser raptado. Todos eran deficientes», añade Cristina.
Alfredo, un ex trabajador de La Rioja, confirmó los abusos al Jornal de Noticias.

Vila Chá es una aldea que se halla a pocos kilómetros de Vila Real. La zona cuenta con molinos aerogeneradores y grandes explotaciones de vacas. José Luís Olves es un ex militar retirado que se dedica a la agricultura. En sus campos trabajan cinco empleados que plantan patata. «Necesito mano deobra porque la maquinaria sale muy cara. Toda mi producción la vendo en los restaurantes de Vila Pouca», cuenta el empresario.

La mayoría de sus jornaleros son mujeres. «Sólo encontré a un joven en los dos pueblos más cercanos que esté dispuesto a trabajar en el campo. Los demás se van a las canteras o a las obras», relata el patrón mientras se ajusta las gafas de sol, al lado del todoterreno.

La historia de ese jornalero podría llenar un culebrón. «Su mujer enloqueció, se separaron y ella se quedó con sus propiedades.
Él vive de la agricultura porque es lo único que tiene», afirma el empresario. Fernando es un peón de 30 años, vecino de una aldea de Vila Real, que trabajó en la vendimia de Logroño. «He viajado mucho. Hablo francés y algo de alemán», añade en el idioma galo. Acepta contar su historia a cambio de una invitación a dos cervezas para combatir el calor de la dura jornada. Pero al entrar en el bar, el patrón le reprende y le encarga nuevas tareas.

Las familias lusas piden ayuda a la policía española para localizar a los desaparecidos. António Manuel, un deficiente mental de Vidago, cerca de Chaves, tiene ahora 32 años y sus padres sospechan que anda perdido en España desde hace diez años, trabajando en la vendimia.

«Aparecieron dos hombres de etnia gitana y nos ofrecieron ganar dinero en la vendimia. Cuando mi hijo estaba solo, le prometieron una bicicleta, le pegaron y se lo llevaron», declaró su padre al diario
24 horas.

Fuentes sindicales de La Rioja indicaban ayer que las pequeñas bodegas «contratan a gente por la mañana que se va días después. Las investigaciones no pueden demostrar nada».
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Nepal, paz en el Everest (2006)

19 DE NOVIEMBRE DEL 2006 | LOS DOMINGOS DE LA VOZ | 15

Enlace permanente: http://reportajesdeevazquezpita.blogspot.com/2011/09/nepal-paz-en-el-everest-2006.html 

La paz vuelve al pie del Everest

Nepal pondrá fin a la guerra civil de diez años que enfrentó a la monarquía y a los guerrilleros de ideología comunista

E. VÁZQUEZ PITA | TEXTO Y FOTOS


Dice un chiste nepalí que en ese país hay cuatro formas de casarse: una mujer con dos o más hombres, un hombre con varias mujeres, un matrimonio por conveniencia y la elección de pareja por amor. «Esta última es la más rara», bromea un nativo criado en el campo.

Dicen que el amor fue lo que empujó al príncipe heredero Dipendra a masacrar con una ametralladora a toda la familia real en junio del 2001, disparó a la familia real porque se opuso a su boda. Estaba furioso porque sus padres, instauradores de un régimen parlamentario, habían desaprobado su elección de esposa. El asesino murió en el hospital tras ser coronado rey y el trono pasó a su tío Gyanendra, el único superviviente de la dinastía.

La tragedia perdura en la mente colectiva de los nepalíes, impacientes por contar esta historia a los recién llegados. Pero la paz vuelve a Nepal, un país situado a los pies del Himalaya y tan grande como Portugal pero con el cuádruple de población.

Desde el inicio del verano, los habitantes de Katmandú, la capital, respiran un inusitado optimismo. Es cuestión de días que un pacto cierre las heridas de una guerra civil que enfrentó durante diez años a la monarquía y a los guerrilleros maoístas de ideología comunista.

La calma sólo se vio interrumpida en agosto por una huelga general del transporte que provocó una imagen inaudita en Asia: no circulaba un sólo cocheni motocarro por la calle. Un silencio sepulcral que agradecen los forasteros recién llegados del bullicioso y caótico país de la India.

Durante días, Katmandú estuvo cortado por barricadas levantadas por ciudadanos airados que protestaban por la subida de la gasolina hasta casi 80 céntimos de euro, un lujo en un país que está a la cola por renta per cápita. Los motoristas y conductores hacían largas esperas a la entrada de los surtidores públicos. «Las gasolineras privadas han cerrado porque almacenan el combustible a la espera de que la tarifa suba», comenta un curioso que observa las colas y una fila de militares que ronda a pie por la carretera.

Katmandú fue la gran ciudad desde la que el explorador Edmund Hillary partió en su hazaña de escalar el monte Everest. Desde la avioneta que sobrevuela las cumbres nevadas y rodeadas de nubes, uno no puede más que sobrecogerse ante la grandeza de la cordillera del Himalaya, el techo del mundo que tocó la porriñesa Chus Lago.

El Everest (los nepalíes lo llaman Sagarmatha) es visible, cuando no hace niebla, desde un pequeño mirador situado a 30 kilómetros de Katmandú. Al caminar por las aldeas cercanas se puede sentir un remanso de paz, lo que no oculta la dureza de la montaña. Sus pobladores viven en la calle. Se pueden ver ancianos agricultores que cargan fardos de arroz o cuidan los rebaños, amas de casa semidesnudas que se asean en la acera porque carecen de agua o campesinas sentadas en la calzada mientras mallan la pimienta o secan las hojas.

Sólo los niños parecen ajenos a esa crudeza y elevan distraídos sus cometas de colores sobre los tejados de ciudades milenarias. Y es que las escuelas no están para lujos: los maestros,algunos veinteañeros, tienen que mendigar a los extranjeros lápices y libretas para sus alumnos. Otros son huérfanos y frecuentan los templos hindúes, algunos tan curiosos que tienen como dioses a las ratas, a las que sus cuidadores dejan corretear en el altar.

Tres adolescentes pasan el tiempo en las aldeas con sus bicis y comentan sus ansias de ir a la ciudad a trabajar. No saben dónde está España, pero hablan maravillas del Real Madrid. Otros aprenden idiomas con los turistas que hacen senderismo por los campos de arroz, que llenan el paisaje de un verde luminoso jamás visto en Galicia. Y algún joven monje budista juega al ajedrez en la acera con sus amigos mientras los viejos beben té en una tasca cercana.

Estas montañas han curtido a los 30 millones habitantes de este país, la mitad analfabetos y la otra mitad menores de edad. Un ejemplo de la dureza de carácter son los serpas. Es fácil toparse con ellos por las concurridas calles de Katmandú. Éstos, delgados y de baja estatura, caminan impertérritos con sus hombros cargados con dos sofás, sólo sujetos con una cinta a la frente. Estos porteadores tienen una habilidad especial para doblar su espalda. Fue uno de ellos, Norgay, quien compartió la gloria de alcanzar la cumbre del Everest.

Katmandú no sólo atrae a montañeros que consiguen zamarras de goretex a 50 euros. En los años sesenta fue la meca de los hippies que llegaron para practicar el budismo. Hay un barrio que se llama El Pequeño Tíbet. Se trata de un complejo de templos a donde se han exiliado muchos monjes que huyeron del país vecino invadido hace décadas por China. El retrato del Dalái Lama preside, a los pies de Buda, los edificios en forma de campana y dominados por dos grandes ojos azules pintados en su frontal.

Pero quizás sea más impresionante el palacio de madera de la diosa viviente Kumari, en el centro de la ciudad. Una niña, a la que unos religiosos han reconocido como diosa, vive recluida allí y sólo se asoma por el balcón al oír el bullicio de los visitantes.
Cuando la saludan, ésta se ofende y se retira a sus aposentos. Llegará un día en que la niña tenga su primera menstruación y será destronada. Algunos creen que es una forma de robar la infancia a una menor. La última diosa siguió sus estudios en Nueva York.

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Vuelo sobre el Everest (2007)


Publicado en  La Voz de Galicia

Suplemento Fugas

Viernes, 8 de noviembre del 2013

Por: E.V.Pita

APUNTES DE VIAJE [ NEPAL ]


E. V. PITA | [..] En un viaje a Nepal de hace unos años,tras salir de las calles llenas de miseria de la India, la pobreza seguía presente en las cordilleras nepalís. En su capital, Katmandú, una mujer pedía a los transeúntes dinero para comprarle leche a sus hijos. Una turista no le dio dinero, pero fue a la tienda que había a escasos metros y le compró un litro. Dijo que jamás su conciencia permitiría que un niño se quedase sin leche, fuese verdad o no la historia de la mujer.
Pero en Nepal la pobreza está presente en todos lados y es una forma de vida ante las escaseces de este país aislado entre las cumbres más altas del mundo. Por ejemplo, sherpas con la espalda doblada cargaban hasta dos sofás a sus hombros. La capital estaba repleta de estos formidables porteadores que cargaban pesos increíbles. Por algo, los sherpas fueron los primeros en escalar junto a Edmund Hillary el monte Everest. Para quienes no somos escaladores del nivel de Chus Lago, la mejor forma de rozar la cumbre del Himalaya es pagar 125 dólares. Basta con subir a una avioneta,de esas que pondrían los pelos de punta al mismísimo Indiana Jones.
El vuelo parte de Katmandú y en una hora se avista la cima del Everest, que asoma por encima de nubes tan negras que a uno se le quitan las ganas de intentar escalarlo. Para obtener la mejor foto, el piloto deja que los viajeros entren en su cabina.

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India: la cara fea de Bollywood  (2009)

Publicado en páginas 6 y 7 de Los Domingos de La Voz de Galicia, el 1 de marzo del 2009

REPORTAJE | LOS ESCENARIOS DE «SLUMDOG MILLIONAIRE»

La cara fea del glamur de Bollywood

Enlace permamente: http://reportajesdeevazquezpita.blogspot.com/2011/09/india-la-cara-fea-de-bollywood-2009.html

El mayor suburbio de Asia nada tiene que ver con los tonos pastel
de las superproducciones indias

E. VÁZQUEZ PITA | TEXTO

Si el cine es soñar, la India es el mejor ejemplo. La ganadora de ocho estatuillas de los Oscar de este año, Slumdog Millionaire, tuvo que ser escrita y dirigida por extranjeros porque unos productores de Bollywood, la meca de la industria cinematográfica de Bombay, jamás aceptarían filmarla.

¿Cuál es la razón? Pues que el aplaudido filme británico no cumplía las cuatro reglas de oro de la industria cinematográfica india: tonos pastel, feliz historia de amor y música alegre. El lector observará que falta la cuarta regla. No es ningún despiste, consiste en la ley invisible de silenciar la miseria. No puede salir nada que afee la gran pantalla.

Sin embargo, Slumdog Millionaire, se saltó las reglas no escritas y recrea la miserable vida de los niños del barrio de Dharavi, el mayor suburbio de Asia.

El extranjero que pasa unos días en la India no puede ignorar la pobreza extrema en que malviven millones de habitantes porque asoma delante de sus narices. El turista pasea por calles sucias y
llenas de basura, donde los monos y las vacas pastan libremente, se topa con familias enteras que acampan en las medianas de las autopistas o flacos hombres que tiran de los rickshaws o carromatos.

La pobreza está siempre presente en la vida cotidiana, es difícil acostumbrarse. Aunque los nuevos rascacielos y áreas de negocios en Nueva Delhi o en Bombay crecen como setas, a escasos metros son visibles los niños desarrapados que juegan sobre los tejados de las chabolas.

Sin embargo, como por arte de magia, todas esas imágenes son borradas de las películas, que se convierten en asépticos escenarios de cartón piedra. Sus protagonistas viven en un irreal mundo multicolor de clase media americana en plan anuncio publicitario. El forastero acaba por entender que Bollywood tiene éxito porque el público paga por unas horas de sueños y fantasías, que le
permiten escapar precisamente de la miseria real del día a día.

La película «Slumdog Millionaire» se rodó en Bombay. Este antiguo puerto portugués y luego colonia británica en el Índico es la capital financiera de la India y corazón de Metro Cinema Bombay, capital de la industria cinematográfica. La ciudad genera por sí sola el 38% del producto interior bruto del país. Tiene casi doce millones de habitantes, con una densidad de 27.000 personas por kilómetro cuadrado.

Dharavi, el barrio marginal de Bombay tiene 400.000 habitantes por kilómetro cuadrado, hacinados en chabolas y chamizos. Un millón de almas comparten tres kilómetros cuadrados de terrenos inundables.

CIUDAD DE PARIAS
La vida en Dharavi

El sistema segregador de castas está prohibido en la India, pero la mayoría de los barrenderos son de la casta inferior o intocable, los únicos autorizados por la religión a tener contacto con la basura. El auge económico de Bombay atrae a estos parias que finalmente acaban recluidos en Dharavi, atrapados nuevamente en la miseria de la que solo un héroe, como el protagonista de «Slumdog Millionaire», ha logrado salir. Este hogar de miles de familias solo tiene agua potable dos horas al día y está rodeado de canales de aguas fecales. Un proyecto urbanístico pretende demoler toda la llanura para construir nuevas oficinas de la «City».

BULLICIOSAS CALLEJUELAS.

Todas las capitales de la India tienen sus suburbios pobres. En las afueras de Jaipur, los monos y los cerdos salvajes se disputan la comida de los basureros con los niños. En los barrios apartados de Nueva Delhi, los carniceros muestran sus productos al aire y rodeados de moscas. En Agra, a pocos metros del mausoleo del Taj Mahal, los inmigrantes llegados a la ciudad duermen en las aceras, protegidos por una lona tendida sobre dos palos.

En el distrito de Dharavi (Bombay), en la foto, la miseria es tal que sus habitantes no hacen los pagos con monedas sino con trocitos de plásticos de colores. Los negocios, como en toda la India, son pequeños cubículos donde los barberos cortan el pelo a la vista o los artesanos muestran sus mercancías rodeados de dos vías férreas.

EN DIRECTO | LA SALA MÁS FAMOSA DE LA INDIA

SESIÓN DOBLE EN EL CINE RAJ MANDIR

El Raj Mandir es el cine más famoso y de mayor glamur de la India. Está en Jaipur, la capital de color rosa de los marajás del Rajastán. Su gran anfiteatro de butacas, de paredes color pastel y techos con lámparas de cristal, acoge al público de todas las castas deseoso de ver los últimos estrenos de Bollywood.

El moderno recinto atrae a vistosas damas con sus coloridos saris y a nuevos ricos que aparcan sucoche de alta gama a las puertasde la meca del cine. Pero también es un gancho para los turistas que llegan al lugar en un motorickshaw de alquiler. A pocos metros, hay un atestado restaurante de comida rápida McDonald’s. Su menú, lógicamente, es vegetariano, pues en la India las vacas son sagradas y no se puede hacer hamburguesas con ellas.

Pero la entrada al Raj Mandir requiere paciencia, pues primero hay que sortear las colas de las taquillas, que se dividen en billetes separados por sexos. Por ello, los varones aguardan su turno en una cola y las mujeres en otra. Los extranjeros que tengan prisa pueden presentarse en una taquilla exprés, situada en una discreta esquina, que vende billetes al doble o triple de precio y donde, evidentemente, no hay cola.

COLAS EN LA TAQUILLA.
El cine Raj Mandir, situado en un lateral de la calle Bhawandas Road de Jaipur, es la sala más famosa de la India. El público masculino aguarda pacientemente su turno en la cola de la taquilla para ver el último éxito de Bollywood. La sala de proyección fue inaugurada en 1976 y destaca por su estilo de arte modernista. Tiene capacidad para 1.273 espectadores.

El portero, vestido de uniforme de gala, hace pasar al público dentro del magnífico vestíbulo, de estilo victoriano, con vistosos espejos, colores pastel y escaleras por las que podrían desfilar grandes estrellas del celuloide. El auditorio parece tan extenso como un campo de fútbol, con mas de un millar de butacas, y las paredes y balcones decorados en tonos pastel.

Bienvenidos a Bollywood.
Empieza la sesión, con un espectacular baile en una zona turística de Nueva Delhi. Los personajes hablan en indi, uno de los idiomas oficiales del país, y hay que imaginarse los diálogos. En mitad de la película, entra una espectadora con su hijo envuelto en la espalda, en su sari y al que consuela. Al poco, suena un móvil y alguien del público se pone a hablar.

Por suerte, el cine es un lenguaje universal y la historia es fácil de seguir sin comprender los diálogos. El chico enamora a su novia tras una edulcorante escena que cumple otra regla no escrita de Bollywood: nada de sexo ni desnudos.Se trata de cine familiar para todos los públicos. Al final de la primera parte, que duró dos horas, el público descubre que el amante de la protagonista, con la que ha tenido un hijo, es un sanguinario terrorista.

Tras el descanso, arranca la segunda parte. Ahora cambia de género: drama, tiros, acción y persecuciones estilo Hollywood. Al salir, busco una tienda para comprar el cedé con la pegadiza banda sonora de la película.
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Viaje a Dublín (publicado en Sección de Economía de La Voz de Galicia)
Publicado en La Voz de Galicia ( 18 de abril del 2010 )

Enlace permanente: http://reportajesdeevazquezpita.blogspot.com/2011/09/seguira-irlanda-la-estela-de-grecia.html

¿Seguirá Irlanda la estela de Grecia? (2010)


El Tigre Celta es la letra I del grupo de países PIGS, con un déficit fiscal del 14%, un paro del 13% y dos bancos zombis

Autor:
E. Vázquez Pita

Irlanda era un país pobre, pero en 1973 ingresó en la UE y las recetas neoliberales acabaron disparando su economía. El cebo de los bajos impuestos y la escasa regulación atrajo al dinero y, en el 2000, el crecimiento del producto interior bruto tocó un techo del 9,4%, el triple de lo normal en Europa. El país de nuevos ricos fue apodado el Tigre Celta para compararlo con la dinámica Asia. Diez años después, la burbuja estalló y el aquel tigre es ahora solo un zombi. En el 2009, su PIB cayó un 7,9%, el déficit público trepó hasta el 12% y el paro supera ya la barrera del 13%, el sexto más elevado de la UE.
Irlanda tiene el dudoso honor de representar la letra I de las siglas PIGS, término utilizado para englobar a países con graves problemas de déficit y del que también forman parte Portugal, Grecia y España. Atenas acaba de recibir un salvavidas de 30.000 millones de sus socios europeos y Dublín puede ser la próxima ficha en caer. Así lo cree el columnista financiero David McWilliams, de The Sunday Business Post , quien asegura rezar para que el pánico no se extienda como la pólvora.
La primera impresión del viajero que llega al aeropuerto de Dublín es la de un lugar gris al que le vendría bien una mano de pintura. Las infraestructuras son la asignatura pendiente del país, pero no hay que engañarse. Al salir a la calle, uno descubre la colosal silueta de la nueva terminal, un huevo metálico de estilo high-tech. Las grúas trabajan a pleno rendimiento. El ferrocarril y la autovía a Galway también han sido modernizados a tiempo. Entonces, ¿es tan grave la crisis en Irlanda?

La renta per cápita de los irlandeses sigue en el 134%, por encima de la media europea y de España. Es la herencia del bum de los noventa, cuando la construcción y los microchips hacían correr el dinero. Impuestos baratos atraían a los inversores americanos y al capital alemán. Ahora, Irlanda recorta el gasto para atajar su deuda, un 60% del PIB.

«Esto ya no es lo de antes», refunfuña un taxista. «La culpa es de gente como Quinn», dice una residente. Durante la bonanza, el multimillonario Sean Quinn pidió un préstamo al Anglo Irish Bank para comprar acciones del propio banco, en el que, cuando estalló la crisis, el Gobierno tuvo que tapar un agujero de 180.000 millones. Lo que queda ahora es una ciudad fantasma de oficinas acristaladas, hoteles sin clientes, campos de golf sin socios y chalés adosados vacíos. Y una enorme deuda que pagar.


El ladrillo se hundió, pero la informática continúa atrayendo a los inversores

Los irlandeses tienen una anécdota para todo. Muchos han fijado ahora su atención en el edificio del Banco Central. ¿Por qué tiene todas sus ventanas tapiadas? Cuentan que, hace tiempo, una ley estableció que que cada ciudadano debía pagar impuestos según el número de ventanas de su casa. Algunas iglesias de Dublín y el Parlamento las tapiaron todas para ahorrar. Allí está situado ahora el Banco Central, que se ha marcado el objetivo de reducir el déficit público hasta el 3% cuando hace tres años se dedicaba a inyectar capital en los mercados internacionales. La luz solo entra por un patio del Banco Central, un lugar lugrube comparado con las nuevas oficinas acristaladas de los Docklands, donde los peatones pueden ver absolutamente todo lo que pasa dentro.

La crisis ha golpeado más fuerte en Waterford, al sur, la quinta ciudad del país. La famosa cristalera que alegraba la ciudad era todo un emblema industrial, pero ha cerrado sus puertas para trasladarse a China. La deslocalización ha dado la puntilla a esta zona.
Con Dell pasó algo parecido. La multinacional americana de ordenadores se instaló en Limerick, pero hace seis meses decidió trasladarse a Polonia, para ahorrar costes.? El ladrillo cayó pero el microchip ha sobrevivido. El suelo barato atrae a inversores tecnológicos de Estados Unidos. La red social Facebook acaba de instalar una central de servicios al cliente, y la red de negocios Linkedln, otra. Hay oportunidades para los teleoperadores porque es un país barato que habla inglés.


Los Docklands, herencia de una época de bonanza


Los años de bonanza tienen su espejo en los Docklands, una zona de diques abandonados en la desembocadura del río Liffey en Dublín. En diez años, se levantaron decenas de edificios de oficinas, de estilo h igh-tech , plazas y centros comerciales con boutiques y comida internacional. Las terrazas siguen llenas, pero los inmuebles parecen desangelados como si fuese un barrio fantasma. Carteles de «To Let» (Se alquila) asoman por las ventanas camino al nuevo puente de Calatrava que simboliza la lira, y al teatro O2. El Gobierno acaba de ampliar la línea de metro ligero Luas para atraer residentes.? El estallido de la burbuja inmobiliaria obligó a los obreros polacos a volver a su país, pero las tiendas especializadas en productos del Este siguen abiertas.
En Galway, la segunda ciudad del país, que acoge a una gran comunidad gallega, la construcción de chalés adosados cesó de repente. «Hubo un auge de la especulación, muchas urbanizaciones nuevas», recuerda Susana Fernández, una economista coruñesa que trabajó en el audiovisual de Galway.

La clase media de Irlanda, lastrada por las hipotecas, se afana en buscar gangas

Los desempleados rondan los 300.000?y la renta per cápita se desploma

La señal de que algo va mal saltó durante las fiestas de San Patricio, a mediados de marzo. El consumo de cervezas Guinness en las calles de Dublín descendió respecto a años anteriores. Era la mejor prueba de que hay crisis y de que la clase media irlandesa consume menos, empobrecida por los créditos e hipotecas pedidos en el pasado. En dos años, la renta per cápita ha pasado del 145 al 134% de la media europea.
Basta con pasear por la bulliciosa calle de la moda, Henry Street, donde se concentran las cadenas de grandes almacenes H&M, Zara, Marks & Spencer o la exitosa Pennyes (Primark). Decenas de clientes salen por las puertas de Pennys cargados de bolsas de papel. No son víctimas de una fiebre consumista, sino que se aprietan el cinturón. Las estudiantes del Trinity College encuentran allí grandes gangas, como camisetas a cuatro euros y vestidos a cinco. Hay prendas por dos euros, más baratas que en los bazares chinos. Pennys hace su agosto en plena crisis. En la esquina de los grandes almacenes, un homeless se acurruca en un saco de dormir.

La inflación del 2009 ha aupado los precios por encima de los españoles. En las calles secundarias, los escaparates lucen tentadoras ofertas y saldos. Hasta Burger King promociona el Eurosaver (Euroahorro). Y en el centro comercial de St. Stephen los clientes desayunan y miran, pero no tocan los diamantes.
Un paseo por Temple Bar, la calle de copas de Dublín, revela que, como en España, la crisis no ha cerrado ningún pub pese a que el país ronda los 300.000 parados. Pero la capital es joven y nadie se priva de su pinta de Guinness a cuatro euros; o de una botella de Albariño por 30. Las terrazas rebosan de clientes y las adolescentes visten lo más posh. Caminan con tacones de aguja hacia los clubes nocturnos privados del barrio georgiano, un distrito para ricos de la capital. Al amanecer, la luz muestra hileras de carteles colgados que anuncian traspasos de oficinas. Hay pocos negocios cerrados, la mayoría son inmobiliarias.
En los barrios del norte ha surgido una nueva clase social: los nackers, una tribu juvenil de flequillo y sudadera. Eternos parados, son pensionistas. «Mejor, no tener nada con ellos», advierte un residente. El colchón para un paro del 13,2% es la paga social, unos 600 euros. El desempleo es inferior que en España (19%) y muchos obreros de la construcción han regresado a sus países de origen. La pobreza sigue oculta. En la capital, son escasos los indigentes que duermen a la intemperie. En villas como Donegal, ninguno. En Dublín, decenas de rumanas piden limosna en el puente Ha Penny. Antes, había que pagar medio penique de peaje por cruzar el río. Ahora, está flanqueado por jóvenes de apariencia sana que padecen problemas de droga, sentados en silencio con un vaso de plástico vacío en la mano. Algunos critican que la paga social incentiva la pereza. Pero Irlanda, pese a ser un país católico, parece más próxima al sistema neoliberal del Reino Unido y Estados Unidos que al bienestar europeo. Ir al médico no es gratis y el que puede contrata un seguro privado.
La crisis ha generado irritación, pero pocas protestas callejeras. En los soportales del histórico edificio de Correos, donde se libró un episodio de la independencia irlandesa, se manifiestan a diario speakers que recogen firmas por todo: contra el aborto, en apoyo del Sinn Féin o contra la pederastia religiosa. Nadie contra la crisis. A la vuelta de la esquina, ante la puerta de un Zara, un grupo de Socialist Workers corea por megáfono consignas contra la banca y clama por una revuelta.
Pero la crisis ha tenido un malsano efecto secundario: el racismo. Hace una semana, varios miles de inmigrantes se manifestaron contra el asesinato de un estudiante adolescente de origen africano. La tensión crece.

Añadido del autor: en el artículo original pubicado en la sección de Economía de La Voz de Galicia el 18 de abril del 2010 figura un pequeño paquete qe ha pasado desapercibido al volcar la información en la web. Dicho paquete recoge las quejas de un irlandés por las medidas que ha tomado su gobierno para atajar la crisis: congelación de salarios de los funcionarios y otros ajustes. Esta receta sería aplicada a España unos meses después.
Salarios congelados en Irlanda (último paquete del reportaje de Economía de La Voz de Galicia.
«Tenemos los salarios congelados mientras suben los impuestos»

Autor: E. Vázquez Pita


Javier Berrocal es un informático de A Coruña de 27 años que trabaja en Dublín. «Un amigo me dijo que había muchas oportunidades, que alguien que no hablase inglés podía colocarse de camarero. Pero un mes después de llegar aquí leí en la prensa: '' Recesión'' », relata. Salió adelante. «Pasé por varias entrevistas y una empresa informática me contrató en dos meses», dice.
Un amigo suyo, Iosaf, un ingeniero de informática de 31 años vive la crisis más de cerca. «Ahora esperas menos tiempo por una mesa en los restaurantes», comenta. Asegura que en los centros comerciales, la gente pasea más que antes, cuando se les veía cargados con bolsas. «Tenemos los salarios congelados mientras suben los impuestos», relata dejando entrever cierto enfado.
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Rescate: Portugal amanece conmocionado (2011)


Publicado el 8 de abril del 2011 en La Voz de Galicia
http://www.lavozdegalicia.es/dinero/2011/04/08/0003_201104G8P6991.htm

«Me marcho para Brasil», dice una comerciante de Valença que cierra su negocio tras 20 años. «El país está todo triste», admite un empresario.


E. V. PITA
VALENÇA / ENVIADO ESPECIAL


Son las nueve de la mañana y  ya se ven los primeros turistas mirando los escaparates de las tiendas de toallas de la Fortaleza, en Valença. Aquí viven del turismo español. Parece una mañana normal si no fuese porque
los portugueses se han desayunado con portadas como «Portugal pede ajuda» o «Sócrates forçado a pedir ajuda». La petición de rescate a la UE y al FMI ha dividido a los portugueses, pero a nadie lo pilló por sorpresa.
«Tenía que pasar, se veía venir», comenta un cliente del quiosco.

Una vendedora de toallas admite que no comprende la mecánica macroeconómica que implica el rescate financiero, pero su intuición le dice que algo va mal. «No sé si era necesario o no, pero me basta con lo que he visto de los países que han pedido ayuda, como Grecia o Irlanda,
y que no les ha favorecido nada», comenta.

El propietario del bar Limoeiro, João de Amorin Gomes, es de los que apoya la medida del Gobierno. «Era lo correcto, no teníamos alternativa. Peor ya
no podemos estar, Portugal está todo triste, nadie confía en el otro, los salarios bajan y el coste de la vida aumenta. La gente está endeudada y con la soga al cuello, si España cae no sé qué va a pasar», augura. «A vosa
crise é a nosa», añade la camarera, que se sorprende al oír que en España hay «cinco millones» de parados. Una clienta sexagenaria que siguió atentamente por televisión el discurso de Sócrates se ríe nerviosa: «¿Crisis, qué crisis?».

La vendedora de paños del bajo colindante, María Sameiro, está sentada en la terraza sin pedir nada. Tras 20 años, cierra su tienda «por saturación [cansancio]y por la crisis. Ya no hay algodón porque China lo acapara todo. Ahora voy a hacer cursos de formación porque me pagan con fondos de la UE. Quiero marcharme a Brasil con mi hija. Ella es ingeniera medioambiental y allí trabaja de lo suyo», dice. «Muchos no cierran porque no tienen valor», añade. ¿Cómo resistir con un IVA al 23%?

Quizás la Fortaleza viva en una burbuja económica, sostenida por el turismo español. Pero en la ciudad nueva, en la calle de los bancos, también se respira tranquilidad. Solo un mendigo que pide limosna junto a un cajero automático se lamenta ante los agentes de policía: «En Rumanía no hay trabajo».

Probamos a solicitar un crédito en un banco para abrir un negocio y comprar un coche de lujo. Para el negocio, depende. Del coche, ni hablar. En toda la mañana, ningún cliente ha comentado nada del rescate en el
Santanter Totta. «Los españoles vienen a preguntar más», explica
la directora Luisa Lopes. En la Caixa Geral de Depósitos, los
clientes tampoco han corrido a retirar sus ahorros. «La gente no
se ha enterado», admite fuera de micrófono un ejecutivo.
Un inversor español cree que «aquí se han levantado en shock,
no se dan cuenta de lo que se les viene encima. Esto es una gota
más porque aquí no vivieron los años de bonanza de España. Cuando caiga...». Otro hombre de negocios añade: «Incluso en la crisis hay buenas oportunidades, solo hay que acertar».

El dueño de un almacén de combustible, Antonio Sousa, aparca su Mercedes en la milla de oro de Valença y elogia la medida. Hace poco despidió a 3
de sus 20 empleados y va a comprar a Tui productos más baratos. «La ayuda es el mejor remedio, pero llega tarde. Muchos se van a arrepentir de no querer tomar medidas más duras como pedía Sócrates. En 1982, funcionó.
Serán tres años de ajustarse el cinturón, pero los que vivimos la pobreza sabremos sobrellevar los tiempos duros".


«Voy a Tui a por combustible y alimentos, aquí los impuestos están muy altos»

Joaquim Romeu, funcionario público de Valença, sigue de cerca los rescates. Suelen venir seguidos de despidos de trabajadores públicos. Ya ha habido recortes para los empleados del Estado que ganan más de 1.500
euros. Los impuestos han disparado el precio de los coches nuevos, «diez mil euros más caros que en España». Las bombonas de gas valen 25 euros y,
al otro lado del Miño, no pasan de 12. La gasolina del automóvil cuesta 1,54 euros y la de moto, 1,84. «Y encima quieren subir el IVA al 25%», afirma Joaquim.

Este ha aguzado el ingenio y cruza el puente para abastecerse en España de alimentos y combustible. «Lo que han conseguido los políticos es que Tui
no se vaya abajo, porque recibe divisas portuguesas, de aquí el dinero huye», dice.

La comerciante María Amoeda piensa lo mismo: «El que tiene dinero no quiere investir. Nadie compra un piso porque no le van a pagar el alquiler. Los créditos están más difíciles. En Francia o Navarra la crisis se nota menos que en Galicia».

«Sufriremos la intervención 3 o 4 años», vaticina una empleada de banca

La directora del Santander Totta, Luisa Lopes, es una de las personas mejor informadas de Valença. La petición de ayuda ya estaba descontada por los analistas. «El FMI va a instaurar unas reglas que debemos obedecer
como Grecia e Irlanda y pasaremos por momentos difíciles para controlar el gasto. La intervención de la UE conducirá a reglas para despedir funcionarios públicos, controlar las importaciones, recortes en los salarios mínimos, las pensiones, vacaciones y pluses de natalidad. No hay ningún milagro detrás», dice.
Advierte que en los rescates de 1970 y 1980, el FMI llegó a obligar a vender las reservas de oro del país: «Ahora, tendremos que sufrir la intervención durante 3 o 4 años». Y cree que Portugal ha reaccionado con serenidad porque «estamos acostumbrados a vivir con dificultades; los españoles están más preocupados porque la crisis les llegó de golpe».

Frases
«Es una gota más porque aquí no vivieron los años de bonanza que
tuvo España».
«La ayuda del FMI es el mejor remedio, ya funcionó en 1982, pero llega tarde»

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