Crítica de “El papiro del César”: Astérix da una lección de historia
Publicado el 23 de octubre del 2015 en La Voz de Galicia, sección Cultura
Por E.V.Pita (2015)
“El papiro del César” es el nuevo título de la colección del irreductible galo Astérix que salió ayer a la venta. Este es el segundo número a cargo del guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrand, quienes sustituyen a su creador Uderzo, que se jubiló con el peor album de la serie, el vergonzoso y delirante “¡El cielo se nos cae encima!”. Los nuevos autores intentan relanzar las aventuras de Astérix aferrándose a la fórmula más fiel de la casa. Esto hace que la trama sea correcta pero la historia se torna sosa y encorsetada porque a los nuevos personajes les falta carisma. Sí, se echa de menos la chispa socarrona del fallecido guionista Goscinny.
El punto fuerte de la nueva etapa es que los lectores aprenden historia latina mientras se divierten. Así conocen, por ejemplo, las Acta Diurna, la prensa de Roma (ojo, las noticias se escribían en los muros del foro y no en papel). Si “Astérix y los pictos” desveló las costumbres de los bárbaros antepasados de los escoceses, el argumento de esta nueva aventura gira entorno a los famosos comentarios que escribió Julio César sobre la guerra de las Galias. Es la versión del conquistador, una obra cumbre de la literatura que muchos lectores desconocían. Por consejo de su editor Promoplús, Julio César elimina el vergonzoso capítulo que admite su derrota contra la aldea gala pues esos guerreros son analfabetos y no se van a enterar. Pero el buhonero Doblepolemix (con mucho parecido físico a Julian Assage) se hace con una copia del texto y se la filtra al jefe Abraracurcix, quien se empeña en desmentir que toda la Galia haya sido conquistada. La misión de Obélix, Panorámix y el astuto Astérix será entregar el papiro espurgado de César a un druida del bosque sagrado de los Carnutes para que memorice el texto, pues la cultura gala se transmite de boca a boca y no por escrito.
Como todo buen álbum de Astérix, hay guiños a la actualidad, y en este caso se aborda el vertiginoso cambio social que generan las veloces comunicaciones, aunque los romanos tengan que conformarse con enviar palomas mensajeras y pajarillos que pían “tuit, tuit”.
La receta imita todos los “gags”: la astucia de Astérix para que un pacifista Obélix se pueda zampar más jabalíes sin desafiar al horóscopo celta, las trifulcas entre el pescadero, el herrero y la esposa del jefe de la aldea, el hundimiento del barco pirata, las espectaculares palizas a los legionarios del campamento, el bardo que aterroriza a las legiones con sus atronadores nuevos instrumentos y, en la sombra, los manejos del intrigante Julio César, que llega a poner orden. El nuevo personaje, el malo Promoplús, es un poco flojo.
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MISIÓN IMPOSIBLE EN VENECIA
EN «EL PUENTE DE LOS ASESINOS», ALATRISTE, EL AMARGADO JAMES BOND DEL SIGLO DE ORO ESPAÑOL, RECIBE UN ENCARGO BIEN PAGADO: VOLAR LAS ATARAZANAS DE VENECIA
E. Vázquez Pita
Breda, Lepanto, el Madrid de los teatros de corral o Nápoles. En la séptima novela del capitán Alatriste, Arturo Pérez-Reverte traslada a su soldado de fortuna y asesino a sueldo a la Serenísima República de Venecia. El espadachín a las órdenes de su majestad Felipe IV es el James Bond del Siglo de Oro español, pero sin lujos, ni casinos, ni sentido del humor. Aquí solo hay lodo, botas de vino, naipes, acero, sudor y salpicaduras de sangre. Es la versión hiperrealista y cruda de Los tres mosqueteros.
En El puente de los asesinos, el soldado que luchó en los tercios de Flandes y su protegido Íñigo son citados en Nápoles por el mariscal Francisco Vázquez de La Coruña (sic) y el poeta y espía Francisco de Quevedo para tratar de un encargo bien pagado. Una misión aprobada por el conde-duque de Olivares, que libera al sicario siciliano Malatesta
para que degüelle al dogo de Venecia en la misa del gallo en San Marcos. Madrid quiere
colocar allí un Gobierno títere. Alatriste debe volar las atarazanas de la ciudad de los canales y la flota del León Alado que domina el Adriático hasta Ragusa (Dubrovnik).
El soldado es viejo y se pregunta cómo escapar de allí si algo sale mal o son vendidos por los suyos. Sigue obsesionado con ajustar cuentas con su odiado Malatesta, pero compadrea con él porque, en el fondo, son igual de villanos. Los remordimientos atormentan a Alatriste por sus crímenes pasados y actuales, lo que hace creíble a este protagonista despiadado, atrapado en su oficio de matarife y gato escaldado. Está más próximo al pistolero acabado del wéstern Sin perdón que a Los tres mosqueteros.
El académico Pérez-Reverte aprovecha para hacer una antología del refranero popular y recupera vocablos castellanos del siglo XVII como faltriquera o gorja, familiares para un gallego.
La narración engancha, se lee en diez horas, pero el final sabe a poco porque un brusco giro frena la trama. El autor podría haber sacado más jugo y meter un par de explosiones en los astilleros. En lo histórico, la novela ahonda en la faceta de Quevedo como espía y detalla el mundo militar de la época. Pero que nadie se engañe, aquí solo hay hazañas bélicas. Para entender por qué se hundió la primera superpotencia global, mejor leer algún ensayo de hispanistas. Aquí van unas pistas sobre la gran pregunta: Galileo Galilei había probado su telescopio en Venecia diez años antes y Ámsterdam estrenaba la Bolsa. Mientras, «España lucha contra todos», como lamenta un ilustre personaje de esta novela.
Suplemento "Culturas" / La Voz de Galicia / 19 de noviembre del 2011
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