sábado, 1 de diciembre de 2012

"Christiana: el paraíso echa el candado" (2005) / Copenhague, Dinamarca

Publicado en La Voz de Galicia, Suplemento "Los Domingos de La Voz", 29 de mayo del 2005

ADIÓS AL SUEÑO DE CHRISTIANIA

Christiania: El paraíso echa el candado


Dos reporteros de La Voz se adentraron en la mayor comuna hippy de Europa, que hace años incluso visitó Fraga, donde los vendedores de hachís prohíben ahora sacar fotografías. Sus 3.000 habitantes resisten los intentos de la policía para cerrar la ciudad libre de Copenhague.

E. VÁZQUEZ PITA

Este podría ser el último año de existencia de la comuna hippy de Christania, situada en Dinamarca. Las palas excavadoras amenazan los 85 acres de la Ciudad Libre de Copenhague en la que conviven 3.000 personas en el pleno centro, en la calle Badsmands, cerca de los muelles construidos por el rey Christian.
Miles de jóvenes sin hogar, llamados christianitas, ocuparon en 1971, en una operación relámpago,unos barracones militares recién abandonados. Eran los años de la guerra de Vietnam, de la ecología y de los ideales de haz el amor y no la guerra. La OTAN incluso movilizó sus comandos para poner orden. Pero sus habitantes resistieron los intentos de desalojo.
La comuna instauró sus propias leyes, basadas en la autogestión.
Hoy aún ondea la bandera roja de tres puntos amarillos que simbolizan las tres prohibiciones: No a la droga dura, no a las armas y no a la contaminación de los coches.
La cuestión es: ¿cuánto tiempo más durará el sueño?
El gobierno danés de derechas quiere acabar con este experimento social para urbanizar la orilla portuaria, flanqueada de rústicas cabañas que ocupan un suelo que vale oro. La primera medida fue, hace un año, enviar a los antidisturbios para cerrar los puestos de venta de hachís,lo que cortó la fi nanciación de la capital de la cultura alternativa.
«Antes había bohemios gallegos aquí. Incluso Fraga visitó este lugar cuando era de AP. Pero las cosas han cambiado. Hay mucha violencia y hace unos días un desconocido mató a tiros a un hombre», relata Óscar Cordal, un villalbés que reside en Copenhague desde hace 40 años.
Christiania es ahora refugio de marginados, inmigrantes y traficantes, que conviven con abogados y médicos que sólo van a Copenhague a trabajar.
Antonio, un barcelonés, vivió allí hace veinte años con una amiga danesa que había conocido en una playa española. «Nunca pertenecí a los cristianitas aunque vengo a menudo a saludar a los amigos. Antes, estaba lleno de españoles», recuerda.
Eran tiempos de fiestas veraniegas hasta la madrugada y sin alcohol. Los porros y el amor libre lo convirtieron en el paraíso de la cultura alternativa. Las familias se repartían las viviendas y hacían un hueco a las recién llegadas. Disponían incluso de guardería, radio y su propio ejército laboral: Los Rainbow Warriors (los guerreros del Arco Iris). Rojo para la acción, verde para la comida y azul para el conciencia social. Sus habitantes idearon planes ecológicos para reciclar el agua. Los conciertos de rock recaudaron dinero en todo el mundo para enviarlo a la ciudad libre. Pero los demás países acusaron a Christiania de ser el mayor exportador de drogas de Europa.

La entrada a la comuna está presidida por un cartel, sustentado por dos totems maoríes que reza: «Christiania». En la pared contigua, varios graffitis delatan la decadencia del lugar.
Los puestos de souvenirs llenan la plaza principal y venden camisetas,posters de la hoja de marihuana, muñecos de Bob Marley y calaveras de heavy metal. A partir de este punto, está prohibido sacar fotos. Al último reportero lo confundieron con un policía secreto y lo apalearon.
Los clientes del bar Woodstod, nombre que rememora el famoso festival hippy de los años 60, son poco amigos del retrato. Entre ese local y la panadería, supuestamente, se vende la droga. A nadie le gusta que la policía de paisano le grabe con sus minicámaras.

Ofreciendo droga
Junto al Woostood, unos jóvenes curtidos por la vida ofrecen droga «de la más pura y ecológica» discretamente a los turistas. Es fácil presenciar como un joven callejero le pasa un fajo de billetes a su colega proveedor en una esquina. Cerca, los inmigrantes se calientan con fogatas encendidas en los bidones.
En el bar, varios moteros barbudos beben refrescos, cerveza sin alcohol y juegan a las damas.
Un joven alto, apodado el Francés Loco, levanta el dedo en señal de victoria y corea: «Christiania is good! (¡Viva Christiania!)». El 80 por ciento de los habitantes del paraíso hippy está en paro. «Unos se ayudan a otros y, algunos, como el Francés, son parásitos», dice alguien.

Antonio muestra la tienda ecológica, una de las joyas de Christiania. Se trata de un barracón con una báscula mecánica con cajas de madera y fruta, donde venden pan del día. Hay patatas, boniatos y uvas importadas de Sudáfrica. Un grupo de jóvenes bebe zumos de frutas sin alcohol en una mesa. «Todo es natural», dice Klaus, el dependiente. Lleva ocho años preparando comidas para 50 personas. «No hay derecho a que cierren esto. No lo lograrán. El pueblo danés no lo permitirá», dice el tendero.
Lo que opina el pueblo danés es fácil de escuchar en la cafetería Olsen. En el mismo asiento que ocupaba el escritor Hans Christian Andersen, la danesa Anne Luise se despacha a gusto. «Nos hemos acostumbrado a este experimento social que tuvo éxito gracias a la permisividad de la legislación danesa. Se aprovecharon
de que la ley impide a las empresas eléctricas cortar la luz y el agua por impago. Es fácil ser anarquista si no se pagan impuestos. Al final, la comuna ha servido como válvula de escape para acoger a los marginados», relata esta mujer de 55 años.

UN AVENTURERO BARCELONÉS.
Antonio conoció a una danesa en la playa y se fue a vivir con ella un año en Christiania. Ahora solo vuelve a visitar a sus amigos en el bar Woodstod o a charlar con una familia cubana, que como otros inmigrantes ha ocupado las casas vacías. En la foto, Antonio observa los objetos de un barracón militar reconvertido en vivienda por los sin techo. Otras casas las diseñaron ellos mismos. «La mayoría están desordenadas. Es gente muy especial y reacia a las visitas de extraños», explica Antonio.

PASEO EN UNA BICICLETA DE LOS CHRISTIANITAS.
Un joven circula, junto a los muros de Christiania, en una bicicleta diseñada por los habitantes de la ciudad
libre. Hay miles de bicis christianitas por las calles de Copenhague. Se distinguen por el carrito delantero, acorde con las teorías ecologistas del ahorro. La comune dispone de su propia fábrica de bicicletas, que vende la unidad a 4.000 coronas (500 euros). Allí es posible comprar un velocípedo cuyo diseño imita una Harley Davinson.

BIENVENIDOS AL PARAÍSO HIPPY.
La entrada de Christiania está flanqueada por coloridos graffitis. Un gran arco recibe a los turistas que, en
verano, pagan entrada para disfrutar del ambiente y la música de sus animadas terrazas. Más allá de las
tiendas de souvenirs y la panadería están los vendedores de droga, muchos de ellos inmigrantes refugiados. En dicha zona, las fotografías están prohibidas porque la policía usa las imágenes para identificar a los
supuestos traficantes.

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