sábado, 1 de diciembre de 2012

"Nueva Zelanda: La auténtica isla del gran gorila King Kong" (2005)


  La Voz de Galicia, 9 de diciembre del 2005

Nueva Zelanda: La auténtica isla del gran gorila


E. VÁZQUEZ PITA

 Aeropuerto de Christchurch (capital de la isla Sur de Nueva Zelanda). Última llamada para los pasajeros que van a embarcar hacia la volcánica Roturua. Unos fortachones ganaderos de Dunedin, con sombrero de ala, entran en el finger. Pasarían por jugadores de rugby. Les sigue un estresado ejecutivo de pelo rizo y tez morena. Cerca, una pareja de maoríes, obesos de tanta comida rápida, conversan sobre algún programa de su televisión étnica.

Al poco, el avión sobrevuela los verdes acantilados de Kaikoura,con las rocas atestadas de focas y ballenas a la vista. De fondo, las cordilleras nevadas. Desde la ventanilla se distinguen las frías aguas del estrecho de Cook. Abajo,frente a la capital, Wellington,se aprecia un fiordo y un archipiélago montañoso cubierto de nubes. Allí, teóricamente,debería situarse la isla Skull (isla Calavera), donde mora el simio King Kong.

Al menos, esa es la zona, ahora convertida en filón turístico,de Nueva Zelanda donde Peter Jackson ha rodado el remake del clásico de 1933. Las anécdotas son recogidas por el New Zealand Herald, como ya hizo con El señor de los anillos.
Nueva Zelanda tiene dos islas: la Sur, salvaje y deshabitada, y la Norte, parecida a un jardín inglés rodeado de volcanes y calderas de azufre.
Los ganaderos talaron el Rain Forest (bosque lluvioso) y roturaron la tierra para prados. Por ello, Jackson ha recurrido a decenas de maquetas para recrear el paisaje original. Entonces,¿dónde está la verdadera isla Calavera?
 Habría que buscarla en el sur, en los fiordos de Doubtful Sound, una remota región repleta de bosques fósiles. Ni siquiera las tribus maoríes se adentraron allí. El viaje dura dos o tres días en coche por escarpadas carreteras sin tráfico. Conviene parar en un café del monte Cook para saborear una magdalena muffy de chocolate y un café caliente,no tan aguado como el americano.

Desde la ventana, se divisa el monumento a la oveja merina y, a lo lejos, la pradera donde se rodó una batalla de El señor de los anillos.
A lo largo de la carretera, aparecen decenas de kiwis aplastados. Este diminuto pájaro nocturno no teme a los faros ni a los depredadores, pues a estos parajes sólo llegaron aves, como las extintas moas.
Más al sur están las minas de Arrowtown, un pueblo de buscadores de oro, y Queenstown,la bulliciosa capital del esquí.
Allí trabaja Javier, un monitor madrileño: «En invierno estoy en Sierra Nevada y en verano aquí; me presenté y me dieron una oportunidad».
El pueblo de madera del lago Te Anau es la última frontera con la civilización. El camino finaliza en los fiordos de Doubtful Sound. Sus acantilados cubiertos de nubes dan entrada al mar de Tasmania.
Allí sólo moran los pingüinos y unos loros que devoran la goma de los neumáticos y los sándwiches de los turistas. Sus oscuros bosques y ríos están flanqueados por helechos fósiles de seis metros de alto.
Algunas plantas es mejor no tocarlas porque su roce es letal.
Quizás de algún rincón surja King Kong. Pero sus rugidos y aullidos serían apagados por el ensordecedor ruido de las cascadas.

El Rain Forest (bosque lluvioso) de la isla Sur está cubierto por helechos de seis metros de altura, auténticos fósiles vivientes.
La isla Skull tiene parajes similares a los fiordos de Doubtful Sound y sus bosques, aunque a Nueva Zelanda sólo llegaron las aves y ningún depredador.

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