El milagro del modelo danés (2005)
La anécdota: Pasados seis años de la publicación de este reportaje cada vez es más evidente que, al escribirlo, pasé por alto la producción de molinillos de viento, algunos en el mar. Los molinos formaban parte del paisaje de Fiona y, creo recordar, haber visto alguno cuando el tren cruzó el puente que une las dos islas. En su momento, solo atisbé muy de pasada la importancia de esta nueva energía eólica para el desarrollo de Dinamarca, hoy una potencia en el sector.
En el reportaje, debí haber mencionado a las grandes compañías como Lego, etc...
Enlace permanente: http://reportajesdeevazquezpita.blogspot.com/2011/09/el-milagro-del-modelo-danes-2005.html
Reportaje publicado en la página 28 de la sección de Economía de La Voz de Galicia el 27 de marzo del 2005.
La Voz de Galicia
Reportaje | Los secretos de la agroindustria escandinava salen a la luz
El milagro del modelo danés
Dinamarca inventó las cooperativas y Castelao lo propuso como modelo para Galicia.
El pan negro o de centeno fue despreciado en Galicia por ser de pobres. En Dinamarca, aún desayunan con él. Una visita al museo folk de Odense, en la isla de Fionia, [y un paseo por sus campos, repletos de gigantescos molinillos de viento], basta para comprender la potencia agroindustrial del diminuto país nórdico.
La clave es un viejo molino de viento de 20 metros de altura construido a mediados del siglo XIX. Al entraren la instalación, sorprende la compleja maquinaria de engranajes, que ocupan tres pisos. Un mecanismo de relojería capaz de triturar toneladas de grano en harina en pocos minutos.
Al éxito de la alta tecnología se unió el fomento de las cooperativas
y de la educación. El diputado Daniel Castelao defendía ya en la década de 1930 que los agricultores gallegos imitasen el modelo danés, compuesto por propietarios minifundistas unidos en cooperativas.
El político elogiaba las 18 granjas experimentales de plantas que operaban ya en el país nórdico. Actualmente, las cooperativas escandinavas exportan cereal, leche y carne para alimentar a 15 millones de personas, el triple de su población.
Grandes complejos agroindustriales como Danish Crown o Tulip compiten por un hueco en los mercados emergentes de China.
La agricultura danesa es un negocio que factura 59.000 millones de coronas (8.500 millones de euros) en exportaciones. El 62% de su suelo está cultivado. Los mercados más exigentes, como Japón o
el Reino Unido, compran la mayor parte de su producción de carne.
Un portavoz del Sindicato Labrego, Xosé Ramón Cendán, cree que el modelo de Dinamarca está agotado. «Gastan moito en fertilizantes e sulfatos. Iso eleva os seus costos. Nova Zelanda é máis barato e Irlanda faino mellor».
La réplica la aporta Inge Merete, una ganadera de una de las 1.300 granjas porcinas de Dinamarca. El mayor exportador de carne de cerdo del mundo está sometido a bruscos ciclos. La empresaria trabaja en Allested, en la zona rural de Odense, cubierta por la nieve. Ella y su marido se hicieron cargo de la factoría Ravnelund, deficitaria en 1996. Hoy exportan 17.000 piezas porcinas al año. Toda su producción va destinada al mercado inglés, que impone altas exigencias sanitarias.
Inge Merete muestra su cadena de producción. Para ello, los visitantes deben situarse en un compartimento estanco, calzarse botas especiales y vestir un mono de faena. No preocupa tanto el olor como la higiene, como si fuese un laboratorio de la Nasa.
Rock en el establo
La propietaria de la granja enseña una estancia donde alimentan a cientos de cochinillos mayores de un mes. Las crías reciben el pienso cultivado por la propia granja en unos compartimentos metálicos y asépticos. «El pienso lo fabricamos nosotros mismos para ahorrar costes», indica la dueña. La factoría está altamente tecnificada. En una de las estancias se hallan las cerdas parturientas.
En el establo suena música rock. «Hemos descubierto que a los animales les relaja», afirma Inge Merete. Las 600 cerdas de la granja quedan preñadas dos veces al año y paren 24 cochinos. La granjera
calcula en el suelo, con una tiza, la producción anual.
En otro establo, los cerdas preñadas son cebadas por una máquina que les suministra alimento de forma automática e individualizada. Los animales gruñen por su ración. El granjero usa un sensor para
calcular si cada pieza tiene sobrepeso. Al cabo de un año, cuando pesan 100 kilos, son sacrificadas y la carne exportada. «Cada animal lo vendemos por 800 coronas. Nos cuesta 700 y ganamos cien», explica la ganadera.
La lenta emigración del campo a la ciudad
El país nórdico tenía 140.000 granjas en 1970. Ahora no pasan de las
50.000 que emplean a 61.000 personas. Suzette Ascott, una vecina de Odense, relata cómo la gente joven abandona las pequeñas granjas de la isla de Fionia para ir a trabajar a la ciudad por un salario fijo.
El proceso de concentración es visible en Ravnholt, cerca de Faaborg. El terreno es tan llano y arenoso que a la única colina de la isla la denominan Alps, como la cordillera suiza. Allí aún se pueden ver granjas familiares de vacas, las Hejmedprodukt, que no superan las 20 hectáreas. Otras tantas han sido abandonadas.
Estos negocios disponen de compartimentos estancos para almacenar el heno que dan de comer a la cabaña ganadera. La mayor granja de Fionia está ubicada en el castillo de Crown. Los cultivos de este holding de Ravnholt abarcan 3.000 hectáreas e incluyen cereal y abetos plantados para exportar en Navidad. Todo está mecanizado.
Johannes Ostergaard es mánager del Landbrugsraadet (Consejo Agrícola Danés), una entidad privada que coordina la producción de las cooperativas agroindustriales danesas.
Las exportaciones van dirigidas a 130 mercados internacionales.
¿Cuales son los secretos del milagro danés? Ostergaard los resumen en tres puntos. «La primera es que los jóvenes reciben una buena formación educativa de cinco años para ser agricultor. En ese período también hacen prácticas», indica.
La segunda clave es la unión de los agricultores en cooperativas. Éstas programan la producción y vigilan que nadie supere la cantidad de fertilizante asignado a cada suelo para cumplir las normas ambientales.
La tercera clave es la inversión en tecnología para reducir los costes. Competidores como Brasil o Nueva Zelanda son más baratos, pero los daneses acceden a mercados como el japonés que pagan más a cambio de calidad y garantía sanitaria. «El agricultor no mete el dinero en el banco porque el interés está bajo. Lo invierte en maquinaria», dice.
Torben Kudsk dirige la oficina de relaciones con la UE del Landbrugsraadet. Conoce la situación de las cooperativas gallegas tras ser invitado a visitar varias en Santiago de Compostela. «Me impresionó porque estaban muy bien organizada y sus propietarios son muy eficientes», explica Kudsk.
Los daneses se muestran muy interesados en cooperar con los granjeros gallegos en la producción de biogás. «Descubrimos grandes posibilidades», dice.
La recomendación que hace Kudsk a las cooperativas gallegas es que «no tengan miedo a crecer y crecer». Según este directivo del Consejo de Agricultura Danés, las cooperativas gallegas deben adaptarse a las peticiones de los supermercados y de sus cambios, pues cada vez son compañías mayores. «Es muy importante para los granjeros cooperar juntos, aumentar su tamaño y obtener el mejor precio», dice.
El ejemplo es Danish Crown, gigante de la alimentación que llega a los mayores mercados del mundo. «Pero para ello hay que desarrollarse y unirse hasta convertirse en una transnacional», aconseja.
En el reportaje, debí haber mencionado a las grandes compañías como Lego, etc...
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Reportaje publicado en la página 28 de la sección de Economía de La Voz de Galicia el 27 de marzo del 2005.
La Voz de Galicia
Reportaje | Los secretos de la agroindustria escandinava salen a la luz
El milagro del modelo danés
Dinamarca inventó las cooperativas y Castelao lo propuso como modelo para Galicia.
El pan negro o de centeno fue despreciado en Galicia por ser de pobres. En Dinamarca, aún desayunan con él. Una visita al museo folk de Odense, en la isla de Fionia, [y un paseo por sus campos, repletos de gigantescos molinillos de viento], basta para comprender la potencia agroindustrial del diminuto país nórdico.
La clave es un viejo molino de viento de 20 metros de altura construido a mediados del siglo XIX. Al entraren la instalación, sorprende la compleja maquinaria de engranajes, que ocupan tres pisos. Un mecanismo de relojería capaz de triturar toneladas de grano en harina en pocos minutos.
Al éxito de la alta tecnología se unió el fomento de las cooperativas
y de la educación. El diputado Daniel Castelao defendía ya en la década de 1930 que los agricultores gallegos imitasen el modelo danés, compuesto por propietarios minifundistas unidos en cooperativas.
El político elogiaba las 18 granjas experimentales de plantas que operaban ya en el país nórdico. Actualmente, las cooperativas escandinavas exportan cereal, leche y carne para alimentar a 15 millones de personas, el triple de su población.
Grandes complejos agroindustriales como Danish Crown o Tulip compiten por un hueco en los mercados emergentes de China.
La agricultura danesa es un negocio que factura 59.000 millones de coronas (8.500 millones de euros) en exportaciones. El 62% de su suelo está cultivado. Los mercados más exigentes, como Japón o
el Reino Unido, compran la mayor parte de su producción de carne.
Un portavoz del Sindicato Labrego, Xosé Ramón Cendán, cree que el modelo de Dinamarca está agotado. «Gastan moito en fertilizantes e sulfatos. Iso eleva os seus costos. Nova Zelanda é máis barato e Irlanda faino mellor».
La réplica la aporta Inge Merete, una ganadera de una de las 1.300 granjas porcinas de Dinamarca. El mayor exportador de carne de cerdo del mundo está sometido a bruscos ciclos. La empresaria trabaja en Allested, en la zona rural de Odense, cubierta por la nieve. Ella y su marido se hicieron cargo de la factoría Ravnelund, deficitaria en 1996. Hoy exportan 17.000 piezas porcinas al año. Toda su producción va destinada al mercado inglés, que impone altas exigencias sanitarias.
Inge Merete muestra su cadena de producción. Para ello, los visitantes deben situarse en un compartimento estanco, calzarse botas especiales y vestir un mono de faena. No preocupa tanto el olor como la higiene, como si fuese un laboratorio de la Nasa.
Rock en el establo
La propietaria de la granja enseña una estancia donde alimentan a cientos de cochinillos mayores de un mes. Las crías reciben el pienso cultivado por la propia granja en unos compartimentos metálicos y asépticos. «El pienso lo fabricamos nosotros mismos para ahorrar costes», indica la dueña. La factoría está altamente tecnificada. En una de las estancias se hallan las cerdas parturientas.
En el establo suena música rock. «Hemos descubierto que a los animales les relaja», afirma Inge Merete. Las 600 cerdas de la granja quedan preñadas dos veces al año y paren 24 cochinos. La granjera
calcula en el suelo, con una tiza, la producción anual.
En otro establo, los cerdas preñadas son cebadas por una máquina que les suministra alimento de forma automática e individualizada. Los animales gruñen por su ración. El granjero usa un sensor para
calcular si cada pieza tiene sobrepeso. Al cabo de un año, cuando pesan 100 kilos, son sacrificadas y la carne exportada. «Cada animal lo vendemos por 800 coronas. Nos cuesta 700 y ganamos cien», explica la ganadera.
La lenta emigración del campo a la ciudad
El país nórdico tenía 140.000 granjas en 1970. Ahora no pasan de las
50.000 que emplean a 61.000 personas. Suzette Ascott, una vecina de Odense, relata cómo la gente joven abandona las pequeñas granjas de la isla de Fionia para ir a trabajar a la ciudad por un salario fijo.
El proceso de concentración es visible en Ravnholt, cerca de Faaborg. El terreno es tan llano y arenoso que a la única colina de la isla la denominan Alps, como la cordillera suiza. Allí aún se pueden ver granjas familiares de vacas, las Hejmedprodukt, que no superan las 20 hectáreas. Otras tantas han sido abandonadas.
Estos negocios disponen de compartimentos estancos para almacenar el heno que dan de comer a la cabaña ganadera. La mayor granja de Fionia está ubicada en el castillo de Crown. Los cultivos de este holding de Ravnholt abarcan 3.000 hectáreas e incluyen cereal y abetos plantados para exportar en Navidad. Todo está mecanizado.
Johannes Ostergaard es mánager del Landbrugsraadet (Consejo Agrícola Danés), una entidad privada que coordina la producción de las cooperativas agroindustriales danesas.
Las exportaciones van dirigidas a 130 mercados internacionales.
¿Cuales son los secretos del milagro danés? Ostergaard los resumen en tres puntos. «La primera es que los jóvenes reciben una buena formación educativa de cinco años para ser agricultor. En ese período también hacen prácticas», indica.
La segunda clave es la unión de los agricultores en cooperativas. Éstas programan la producción y vigilan que nadie supere la cantidad de fertilizante asignado a cada suelo para cumplir las normas ambientales.
La tercera clave es la inversión en tecnología para reducir los costes. Competidores como Brasil o Nueva Zelanda son más baratos, pero los daneses acceden a mercados como el japonés que pagan más a cambio de calidad y garantía sanitaria. «El agricultor no mete el dinero en el banco porque el interés está bajo. Lo invierte en maquinaria», dice.
Torben Kudsk dirige la oficina de relaciones con la UE del Landbrugsraadet. Conoce la situación de las cooperativas gallegas tras ser invitado a visitar varias en Santiago de Compostela. «Me impresionó porque estaban muy bien organizada y sus propietarios son muy eficientes», explica Kudsk.
Los daneses se muestran muy interesados en cooperar con los granjeros gallegos en la producción de biogás. «Descubrimos grandes posibilidades», dice.
La recomendación que hace Kudsk a las cooperativas gallegas es que «no tengan miedo a crecer y crecer». Según este directivo del Consejo de Agricultura Danés, las cooperativas gallegas deben adaptarse a las peticiones de los supermercados y de sus cambios, pues cada vez son compañías mayores. «Es muy importante para los granjeros cooperar juntos, aumentar su tamaño y obtener el mejor precio», dice.
El ejemplo es Danish Crown, gigante de la alimentación que llega a los mayores mercados del mundo. «Pero para ello hay que desarrollarse y unirse hasta convertirse en una transnacional», aconseja.
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