Título: "Gurús que tuvieron visión del futuro"
Publicado en 31 de diciembre del 2006
La Voz de Galicia y Diario de León
texto E. VÁZQUEZ PITA | texto 31/12/2006
La lista de gurús que lanzan apocalípticos pronósticos está encabezada por la sacerdotisa Casandra, una agorera que alertó de que la ciudad de Troya sería destruida. Nadie la creyó. Cuatro mil años después, los turistas visitan sus ruinas mientras hacen oídos sordos a las alertas sobre el calentamiento global, el fin del petróleo o del pescado fresco. Este es un repaso a lo que dijeron los mayores expertos en predecir el futuro.
Dicen que Michel Nostradamus, astrólogo, mago y curandero provenzal del siglo XVI, predijo en las cuartetas que escribía para los almanaques de los campesinos acontecimientos del futuro como los atentados del 11-S, la Primera Guerra Mundial o el fin del mundo en el año 2037. Sus contemporáneos comentan que el profeta entraba en trance tras mirar un cuenco con agua. Los escépticos critican que sus profecías han sido interpretadas justo cuando era evidente que se iba a producir un desastre o una catástrofe o poco después. Sin embargo, su fama la ganó a pulso tras describir cuatro años antes y con bastante detalle la misteriosa muerte (o asesinato) del rey Enrique II de Francia en un torneo de caballeros donde fue herido mortalmente en un ojo con una lanza. Nostradamus ganó mucho dinero con una píldora rosa de su invención que curaba la peste porque contenía mucha vitamina C, entonces desconocida.
Si el demógrafo y economista inglés Thomas Malthus volviese a este mundo y leyese la noticia de que el planeta alberga ya casi 7.000 millones de personas sólo podría exclamar una cosa: «Ya lo dije yo». Su predicción sobre la superpoblación la hizo hace tres siglos, en un libro escrito en 1798 y titulado Ensayo sobre el principio de la población. Este avisó de que el número de habitantes crece en progresión geométrica, mientras que los medios de subsistencia lo hacen en progresión aritmética. Su conclusión no podía ser más catastrofista: no habrá alimentos ni recursos para todos. Cuando se hayan agotado, la vida humana desaparecerá. No sería la primera vez, pues la avanzada civilización maya o los habitantes de la isla de Pascua fueron víctimas de colapsos económicos similares, que han estudiado recientemente autores como Jared Diamond. De estos mundos perdidos sólo queda el recuerdo de ciudades abandonadas en la selva o grandes monolitos de rostros de piedra.
El escritor francés Julio Verne, autor del Viaje al mundo en 80 días, fue un adelantado del siglo XIX que cantó las excelencias del progreso científico. Era un momento en que Edison inventaba la bombilla o el fonógrafo, Bell el teléfono, y Marconi, la radio. Sus novelas de ciencia ficción predijeron los viajes espaciales a la Luna, que fueron realidad un siglo después. No acertó en el modo de lanzar las aeronaves, pues proponía que fuesen disparadas por un gran cañón. Fue en Rusia donde los científicos empezaron a ensayar el cohete. Otra ocurrencia suya a destacar es el submarino nuclear que pilotaba el capitán Nemo. Este supervillano financiaba sus operaciones con el oro que recuperaba de los galeones hundidos en la ría de Vigo. Al parecer, Verne se inspiraba tras leer las gacetas de novedades científicas de la época. Su primera obra de ficción científica y primera novela que escribió, París en el siglo XX, no fue publicada hasta 1994. Su editor rechazó el texto porque era muy pesimista y presagiaba una sociedad en que la gente vive obsesionada con el dinero y con los faxes, una tecnología que ni siquiera existía entonces. Científicos y escritores como Clarke (que predijo bases en la luna y estaciones espaciales en Odisea 2001) o Asimov (Yo, robot) han seguido su estela creadora.
John Maynard Keynes fue el único economista que siguió sus propias teorías y gracias a ellas se hizo rico en la Bolsa. Este chiste lo contó su colega Galbraith en una charla en la Universidad Complutense de Madrid a principios de los noventa. Pero lo cierto es que su fondo de inversión creció un 13% entre 1928 y 1945 mientras el resto del mundo se arruinaba con el crac de Wall Street de 1929 y la Segunda Guerra Mundial. Su truco: invertir sólo en valores fiables. «A largo plazo, todos estaremos muertos» es una de sus frases más citadas. A Keynes le debemos el mundo tal cual es, al menos en Europa. Fue el inventor del Estado del bienestar y la sociedad de consumo, que ya había anticipado su contemporáneo el filósofo Ortega y Gasset. El economista propuso al presidente progresista Roosevelt aumentar los sueldos a los trabajadores para que consumiesen más bienes y, a la vez, aumentar la presión fiscal para que el Estado gastase dinero en carreteras y obras públicas cuando asomaba una recesión. Sus recetas salvaron a Estados Unidos de la Gran Depresión, aunque no previó el fenómeno de la inflación. El gurú por excelencia de la macroeconomía moderna, irónicamente, murió de un infarto porque estaba agobiado por la presión de su trabajo en finanzas internacionales.
La revista Reader's Digest entrevistaba en 1957 al presidente de la junta directiva de la Radio Corporation of América, David Sarnoff, otro de los gurús de las nuevas tecnologías. «Hace 50 años, sólo un iluso algo tocado de demencia hubiese podido predecir muchas de las cosas que hoy tenemos por comunes y corrientes», comentaba a los periodistas. Se refería a inventos recientes, como la televisión o la radio. Ese año se iba a lanzar el primer satélite. En las mismas páginas se anima a hablar del futuro. Por ejemplo, vaticina unas pilas atómicas que darán energía barata a los aviones, buques y a las casas durante años. Anticipa los paneles solares, el aparato grabador de vídeo y la cámara doméstica, la pantalla delgada de televisión, el aire acondicionado, el traductor electrónico, aviones a chorro que vuelan a 8.000 kilómetros por hora, coches de familia voladores, la televisión por satélite y los ordenadores personales. En su predicción incluye el teléfono móvil: «Ahora ya se puede construir un aparato receptor y transmisor cuyo tamaño apenas excede el de una cajetilla de cigarrillos. Cuando se cuente con estaciones de relevo especiales situadas de trecho en trecho, podrá uno ir caminando por una calle de La Habana y hablar directamente con un amigo de Buenos Aires». Incluso propone instalar una pantalla diminuta de televisión en esa radio para ver la cara del interlocutor. Medio siglo después, acaba de salir al mercado.
Alvin Toffler es uno de los futurólogos más famosos del mundo desde que escribió El shock del futuro y La tercera ola. Estudió la revolución agrícola y la industrial y se percató de que cada una había traído consigo grandes cambios en la vida diaria. El tipo de familia era más comunitario en el mundo rural que en las ciudades y la puntualidad se valoraba menos en el campo que en una fábrica. Llegó a la conclusión de que los cambios sociales que experimentaba el mundo desde los años sesenta (recordemos a los hippies o la minifalda) sólo podían ser síntomas de una nueva revolución tecnológica, que denominó la tercera ola. Veinte años después, pocos discutirán que vivimos inmersos en la era digital y que Internet o el móvil han cambiado nuestra forma de pensar al no depender de un teléfono fijo. Cadenas como Zara también se han beneficiado de las teorías preconizadas por Toffler, al saber ajustar sus pedidos a la demanda de cada cliente. Su última predicción es que los consumidores (él los denomina prosumidores) gastarán cada vez más tiempo de su ocio en trabajar gratis para el fabricante. Por ejemplo, al montar un mueble prefabricado o retocar por ordenador una imagen descargada de la cámara digital. Incluso vaticina máquinas domésticas, similares a las impresoras pero en 3-D, que fabricarán en casa juguetes o un reloj Rolex después de que el usuario descargue los planos desde Internet. Habrá que verlo.
El programador Richard Stallman y Nicholas Negroponte son dos grandes gurús de la era digital. Stallman es un extravagante ex hacker informático que ni siquiera usaba teléfono móvil. Pero lideró el movimiento del software libre como alternativa a la industria privada de multimillonarios como Bill Gates, otro visionario que se hizo de oro con su programa operativo Windows. Stallman también inventó el concepto de Copyleft, un método para licenciar software de tal forma que éste permanezca siempre libre y su uso y modificación reviertan en la comunidad. En él se basa el sistema barato Linux. Por su parte, Nicholas Negroponte, inversor de la revista Wired.com y autor de Mundo Digital, desarrolla un ordenador portátil de 80 euros.
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Nota del autor (2015): A esta lista habría que añadir al ingeniero Moore (por su ley que predice la rápida expansión de la informática, con la duplicación de la capacidad y la división por dos de los costes cada dos años) y sobre todo de Ray Kurzweil, quien predijo en los años 80 que la singularidad (momento en que una máquina será más potente que un cerebro) ocurrirá alrededor del 2045.
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