El destino turístico que da más miedo
LAS CATACUMBAS DE PARÍS.
Por E. V. Pita
La Voz de Galicia
Suplemento YES
29 de octubre de 2016
La mayor necrópolis del mundo, con seis millones de esqueletos yace, paradójicamente, bajo la capital de la luz. A pocos metros del famoso cementerio de Montparnasse, el subsuelo esconde secretos tenebrosos. Las galerías de una mina romana de caliza de la antigua Lutecia fueron reconvertidas en los siglos XVIII y XIX en un osario y un éxito turístico. Bienvenidos al imperio de la Muerte. Así recibe un letrero escrito en francés a los visitantes de las Catacumbas de París. Acaba usted de llegar a la mayor necrópolis del mundo, con 6 millones de esqueletos amontonados. Es el lugar más parecido a lo que uno podría esperar encontrar en el infierno. Largos túneles donde están amontonadas decenas de miles de calaveras y fémures de parisinos que vivieron en los siglos XVIII y XIX. Sin duda, el destino turístico más tétrico del mundo pero que atrae a los visitantes, que hacen cola durante una hora o más para bajar a estas galerías subterráneas tras pagar 12 euros. Solo pueden entrar 25 personas de cada vez. El lugar no tiene pérdida. Está situado frente a una entrada del cementerio más famoso de París: Montparnasse, donde reposan ilustres como el poeta Baudelaire, el escritor Beckett o el filósofo Paul Sartre y su compañera Simone de Beuvair. Para entrar en las catacumbas, hay que bajar una interminable escalera de caracol que hace palidecer a los pasadizos de los thrillers de Alfred Hitchcock.A medida que uno se hunde en el subsuelo, la presión y el calor aumentan y la sensación de agobio inquieta al forastero. PARÍS TENÍA MAR TROPICALQuizás lo que más sorprenda al visitante es que París tenía un mar tropical en épocas pretéritas. Las galerías de las catacumbas fueron excavadas en una capa de caliza en la que es fácil hallar fósiles marinos de hace 45 millones de años.El mar de París era poco profundo y caluroso, lo que permitió crear una amplia montaña de conchas de gastrópodos muertos. Cuando la Lutecia gala cayó bajo el dominio romano, los mineros excavaron túneles para retirar bloques de caliza, la roca sedimentaria formada por la acumulación de carbonato de calcio.Pero luego estas canteras cayeron en el olvido hasta que 1.300 años después fueron redescubiertas a causa de los desprendimientos que provocaban en las calles de París en el siglo XVIII. Unos derrumbes que llegaron a causar psicosis general en la población. En 1777, el rey Luis XVI envió inspectores a comprobar los riesgos subterráneos que generaban grandes oquedades en el pavimento. Los ingenieros perforaron galerías para apuntalar la cantera con pilares.Finalmente, las autoridades parisinas deciden aprovechar este tenebroso lugar como osario y en 1786 inauguran las catacumbas. A medida que crecía la ciudad, los restos de los cementarios que eran desmantelados eran trasladados a dichas catacumbas: en 1788, 1842 y 1860.Pronto, la necrópolis pasó a convertirse en un reclamo turístico incluso para el emperador de Alemania y rival de Francia. Hoy, la gente sigue haciendo cola.La visita es realmente agobiante. Hay que caminar cientos de metros por largos túneles apenas iluminados por unos faroles, en los que todavía se conserva partede la obra romana, hasta llegar a un amplio hall con columnatas que recuerdan a un tempo egipcio. Los carteles de los dinteles incluyen sentencias de pensadores inmortales que nos advierten del breve paso por la vida.Tras atravesar las verjas de la entrada, los visitantes se encuentran con una tétrica disposición de los esqueletos. Los obreros, con un negro sentido del romanticismo, colocaron unas calaveras formando un corazón. En otro lado, crean figuras como cruces o bolas. La materia prima son tibias. La salida es por un túnel húmedo, con charcos y goteras. Uno sube con rapidez la escalera de caracol y al salir a la calle, le ciega la luz. Es inevitable respirar aliviado.